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Arturo Reverter: “Siempre aprendes algo aunque no te des cuenta”

Arturo Reverter, abril de 2019

Arturo Reverter, abril de 2019

Arturo Reverter es el crítico musical con más solera de España. Su profusa barba blanca, un tanto bohemia, de caballero de andanzas musicales, y su voz grave, potente, de timbre un tanto guasón a veces, son ya suficientes para atraer la atención de aquellas personas con quienes se cruza. Sus avispados ojos azules, picarones, que lo curiosean todo, dicen mucho de esa personalidad tan vital de este gallego preguntón y a veces indiscreto. Nacido en Santiago de Compostela en 1941, a mediados de los años 50 del siglo XX se mudó a la capital del Reino, Madrid, donde ha vivido desde entonces. ¿Qué no ha hecho este hombre de semblante serio y afable compañía en una carrera tan larga? Dirigió Radio Clásica durante muchos años y su programa Ars Canendi sigue siendo el referente musical del arte del canto lírico. Para aquellos de nosotros que escribimos sobre música y en mi caso, lo confieso, ignorante de esa rara arte que es el canto, la lectura de su libro El arte del canto, el misterio de la voz desvelado es lectura obligada e interesantísima.

Con motivo de la 58ª Semana de Música Religiosa de Cuenca, tuve la fortuna de compartir tiempo, música, conversación y pitanza durante un par de días con este viejo bonachón espero que no le ofenda a don Arturo este calificativo del que siempre se aprende algo nuevo. Y es que cuando uno está a su lado, lo mejor que puede hacer es callarse, pegar muy bien la oreja y aprender.

Arturo, llevas ya unos 50 años escribiendo…

Sí, porque la primera crónica que hice fue en el año 1969. Recuerdo que fue en una revista que se llamaba Gaceta Universitaria. Hice un artículo describiendo el ambiente de los conciertos de la Orquesta Nacional en el Palacio de la Música los viernes, y en el Monumental Cinema los domingos por la mañana. Era una artículo sobre el público y sobre la afición y sobre la programación, un poco así, a vista de pájaro. Eso fue lo primero que escribí. Además creo que mi hermano estaba conectado no sé de qué manera con esa revista. Y debió de ser por eso. Esa fue la primera vez. Lo de la revista Ritmo fue mucho más tarde. Empecé allí en 1975. Publiqué mas cosas en la Gaceta Universitaria, pero empezar en serio, creo que fue en el 75, en Ritmo.

Y cuando miras atrás, ¿qué es lo que has aprendido de todos estos años?

Para escribir tienes que conocer; y si no conoces, investigar. Y estás en contacto con la realidad y con los conciertos. Te vas impregnando de música. Poco a poco, es progresivo, ¿no? Sin darte cuenta. Es como cuando un niño empieza a hablar: sin darse cuenta empieza hablar y hablar y cada vez tiene más vocabulario. ¡Toda la vida estamos aprendiendo! Cada día aprendes una cosa nueva, aunque no te des cuenta. Y pasado el tiempo vuelves hacia atrás y dices: “Ostras, si esto yo no sabía que lo sabía”. Fíjate, yo recuerdo una tontería. Le estuve dando clases a un niño polaco, hace mucho tiempo, porque un amigo mío que era el que le daba clases no tenía tiempo y me lo pasó a mí. No había embajada de Polonia en Madrid. Era un consulado, me parece. El niño estaba aprendiendo español. Recuerdo que tenía un libro de frases en español, de frases hechas. Y, claro, todas las frases que tenía ese libro, yo me decía: ¡pero si yo me las sé! Él me decía: “Empieza a recitar frases hechas”. En ese momento no te sale ninguna. Por ejemplo, refranes: “si te he visto, no me acuerdo”. Pero es que claro, uno no sabe lo que sabe, porque eso se queda ahí dentro, pero no está siempre presente. Aparece cuando lo necesitas. Entonces, en el tema de la música, aparte de estudiar música, te vas impregnando día a día con los conciertos que escuchas, con los libros que lees, con las conversaciones que mantienes. Poco a poco, todo eso va colocándose en el cerebro.

Si eso es lo que has aprendido de tu labor en el terreno musical, ¿de la vida qué has aprendido?

A veces he oído: “Es que la gente que se dedica a la música está fuera de la realidad”. No, porque la música está en la realidad. Pero yo no solo he hecho cosas relacionadas con la música, sino con el derecho, por ejemplo. Vas aprendiendo sin darte cuenta. Nadie se propone cada día: “hoy voy a aprenderme tal cosa”. Hombre, a lo mejor para un examen sabes que te tienes que aprender diez temas, pero es distinto. La vida nos enseña día a día y vamos almacenando sin darnos cuenta. Esto es lo bueno.

¿Se escribe mejor crítica musical hoy que hace cincuenta años? Yo leo mucho a Gerardo Diego para las críticas musicales…

Gerardo Diego era un poeta músico, tocaba muy bien el piano, era un hombre muy preparado. Y sus críticas siempre son muy instructivas. Hace treinta o cuarenta años, había menos críticos, pero de más peso y, probablemente, de mayor preparación que hoy. Hoy, con las revistas online y las que no son online, hay mucha gente que hace crítica, pero mucha gente que hace crítica sin fundamento. Y no todo el mundo que hace crítica escribe bien, evidentemente, porque cada uno tiene su manera. Pero en aquella época, si citamos nombres como Carlos Gómez Amat, Federico Sopeña, Antonio Fernández Cid, Enrique Franco, que eran los más significados, todos ellos tenían más o menos conocimientos, unos más que otros, pero tenían un estilo reconocible, una facilidad para trasladar sus juicios musicales… Yo he aprendido mucho de ellos, sobre todo de Fernández Cid por la frescura del análisis de las interpretaciones; de Sopeña, por el intento de profundización estética; de Enrique Franco, por su conocimiento musical y sus planteamientos; de Carlos Gómez Amat, por el gracejo, por la airosa escritura que tenía. Como yo me leía todas las críticas… En aquella época había críticas todos los días. Hombre, si no había concierto, no; pero empezaba a haber conciertos casi todos los días. El Abc, con Fernández Cid, todos los días tenía una página dedicada a la música. ¡Todos los días! Luego, a Fernández Cid lo sustituyó Sopeña en el Abc y Fernández Cid, me parece que se fue al Informaciones. Enrique Franco estaba en el periódico Ya. Luego Enrique Franco fue el primer crítico de El País, cuando nació El País. Yo esos me los leía todos los días. Vas aprendiendo y también vas aprendiendo a juzgar tu mismo y a decir “este concierto en que juzga a este señor, pues a mí no me ha parecido así”. Empecé en Ritmo en el año 75. No recuerdo ahora cuándo empezó una sección que se llamaba “De Madrid al cielo”, que era una sección crítica mensual, donde yo hacía un resumen de los conciertos más importantes que había visto en el mes. Comentaba los más importantes e interesantes, por la razón que fuera. Y ahí recuerdo que dábamos palos… porque cuando uno es joven y sabe menos, tiene menos problemas en dar palos y en juzgar a veces superficialmente. Y ahora que sé mucho más, puedo plantear juicios acerados y puedo criticar de manera más profunda, pero sobre todo con más conocimiento. Entonces, ahora tengo muchísimo más cuidado con el lenguaje y con el calificativo. Puedo hacer una crítica dura, pero sin decirlo de una manera tajante como, por ejemplo: “Esto es una puta mierda”. No es que dijera eso entonces, pero como si lo dijera. Aquella sección “De Madrid al cielo” tuvo cierta repercusión y era muy divertido hacerlo.

¿Qué te aportó la radio que no te aportara la crítica escrita?

En la radio, desde el momento en que debes de hacerte una idea de lo que debe ser una programación musical que por un lado debe ser seria, con contenidos, pero al tiempo tiene que ser amena, entonces lo difícil es casar contenido importante de la música con la manera de divulgarla para que llegue al oyente. Y no es fácil, pero era muy divertido inventarse programas, recibir a gente que te proponía cosas interesantes, planificar una programación de 24 horas diarias, aunque ya en aquella época, muchas veces, la programación nocturna era repetición de cosas que se hacía durante el día. Era divertido. A mí me gustó mucho mi estancia allí, porque también me abrió muchos campos de conocimiento y también de conocimiento de la gente. La crítica escrita es algo más frontal, está ahí, en un papel; la radio se despliega a los cuatro vientos y no solo es crítica, es invención de contenidos pensando en una audiencia determinada y en decir cosas nuevas, pero no de cualquier manera. Al poco de empezar en radio, me saqué de la manga aquel programa que tuvo mucho eco, Contraluz, que lo presentaba José Luis Téllez con una chica que se llamaba Olga Barrio que estaba trabajando en Radio Juventud o Radio Intercontinental. Ese programa fue insólito. Era un programa en directo. En aquella época, los programadores escribían un guión que debía atenerse a unas pautas y poner el minutaje y eso lo leía un locutor que lo único que hacía era leer. no tenía por qué tener conocimientos de música. Afortunadamente, eso ha ido evolucionando y ahora la mayoría de los programas los hacen y los comentan los propios autores de los guiones y que a lo mejor ni siquiera tienen un guión. Yo, por ejemplo, en mi programa no tengo un guión, tengo unas notas que voy comentando de pasada. Lo de tener un guión escrito ya no se lleva. Ahora los programas informativos no los hacen locutores que leen lo que escriben los periodistas, son los propios periodistas los que lo hacen. Claro, no tienen buenas voces, pero es más vivo, más directo.

En todos estos años que has visto a muchísimos músicos y artistas, ¿a cuántos de ellos les has visto crecer y cuántos de aquellos que tenían un futuro prometedor luego no han llegado a nada?

A muchos. Jóvenes cantantes, por ejemplo. En la radio había unos estudios que se llamaban Estudio Música 1, Estudio Música 2… donde se hacían grabaciones de jóvenes intérpretes para luego emitirlas. Ahí he conocido a jóvenes que luego han progresado. Por ejemplo, recuerdo a María José Montiel que grabó un recital de canciones en uno de esos estudios que luego se emitió en un espacio dedicado a ello. María José Montiél ha ido creciendo con el tiempo. Artistas de ese tipo ha habido bastantes. Empezaron a grabar en la radio y luego salieron a flote. También pianistas e instrumentistas en general. Era una labor que no sé si seguirá haciéndose…

Creo que Luz Orihuela tiene un programa así…

Sí, es una chica que presenta un programa los sábados. No es el primer programa así. Antes ha habido otros de similar contenido. Es un programa que está muy bien, porque da a conocer a jóvenes que el día de mañana harán algo importante. Creo que es una de las razones por las que se debe hacer radio: buscar talento joven y usarlo. Una forma de impulsarlo es que los jóvenes graben allí o que se les grabe en concierto y luego eso se radie. Hacerles entrevistas y que digan lo que piensan. Es una ventana… En estos cuarenta años, habrá habido muchos jóvenes que empezaron a grabar en estos estudios de la radio y que luego han despuntado.

Hablemos del presente. En alguna ocasión te he oído decir que el mundo de la música estaba de capa caída. Me imagino que no es un debate nuevo, porque quizás hace muchos años también se hablaba de lo mismo y en los mismos términos. Cuando tú eras más joven quizás también se dijera que la música estaba muy mal…

Sí, son eso que se dice “mantras”, son de toda la vida. Los discos, por ejemplo. Se decía que los discos ya no tenían sentido y que el mundo del disco se acababa. Eso se viene diciendo desde hace cincuenta años y no se ha acabado todavía. Ahora se dice con más razón quizás, pues hay otros medios de reproducción del sonido. Creo que le queda poco tiempo, pero hay sellos discográficos que venden.

En realidad el músico tendría que vivir de lo que hace en directo y no de lo que hace en un CD, me refiero que lo importante son los festivales de música, los conciertos. ¿Cómo ves el panorama?

Creo que no está mal. Cada vez hay más músicos, cada vez hay más conciertos. Cuando vine a vivir a Madrid en el año 54 o 55, solo había los conciertos de la Orquesta Nacional, el viernes en el Palacio de la Música y el domingo por la mañana en el Monumental, unos conciertos de música de cámara que se hacían en el conservatorio, unos conciertos de cámara que se hacía en el Instituto Nacional de Previsión de una sociedad que se llamaba “Cantar y tañer” —a la que Pérez de Arteaga llamaba “Follar y joder”—, pero no había mucho más. Quizás alguna orquesta que venía de gira. Recuerdo haber visto a la Filarmónica de Viena con Karl Böhm en un teatro mediado, donde hicieron una Séptima de Beethoven inolvidable. Pero no había mucho más. Claro, yo iba a todo, porque podías ir a todo. Además, yo que venía de fuera con sed. Pero, fíjate, en todo este tiempo la cantidad de sociedades, de grupos nuevos, de cuartetos, de intérpretes, de orquestas, de programaciones… La Orquesta de la RTVE se fundó creo que en el 65 y ya había otros dos conciertos semanales más. Nacieron otros cuartetos. Empezaron a venir más visitas de conjuntos de fuera de España. Por ejemplo, se hacían bolos de ópera en el Teatro de la Zarzuela. Venía una compañía italiana que la dirigía un señor que se llamaba Napoleone Annovazzi, que también era director de orquesta, y montaban una o dos óperas en el Teatro de la Zarzuela. Me acuerdo de un Falstaff de Verdi, me parece que con Tito Gobbi. Venían buenos cantantes pero la orquesta era muy mala. Eran pocos y la puesta en escena era de aficionados, pero había buenas voces. Franco Corelli vino, creo que en el año 61, y cantó Tosca. Pero eran cosas aisladas, claro. Pero no se organizó una temporada más o menos seria hasta el año 64 cuando se creó la Sociedad de Amigos de la Ópera de Madrid, que de alguna forma conectaba con las temporadas del Teatro Real, que se inauguró en 1925, pero eran temporadas de cinco, seis o siete títulos. Se llamaba “Temporada de primavera” o algo así. La primera la organizó en el año 64 Lola Rodríguez de Aragón, que era profesora de canto y dirigía la Escuela de Canto de Madrid. A partir de ahí, todos los años se organizaba por primavera una temporada corta, era una cosa ya organizada, ya no eran bolos. Desde entonces no ha dejado de haber nunca ópera en Madrid. En el 97 se abrió el Real como teatro de ópera, porque el Real estuvo funcionando como sala de conciertos. Más tarde, los Amigos de la Ópera fueron defenestrados del Teatro Real, y ya es otra historia, aunque siguen existiendo, ya pintan poco.

¿Qué es lo que no has hecho todavía que te gustaría hacer?

A mí me hubiera gustado ser cantante, ser tenor. Estudié canto, pero, primero, no sé si yo tenía las condiciones y, segundo, no me lo tomé en serio. Eso es una cosa que me hubiera gustado. Sin embargo, he hecho muchas cosas. He escrito libros, dado conferencias, he sido programador, he dirigido una emisora… Hombre, no he compuesto, pero tampoco tengo condiciones, aunque haya estudiado música. Bueno, sí eso: me gustaría componer, crear. Componer es crear, pero también es crear hacer un libro, dar una conferencia o escribir crítica. Estamos creando siempre. Y muchas veces, sin darnos cuenta, estamos copiando, no literalmente, pero sí teniendo una influencia. Quieras que no, todo lo que he hecho en el terreno de la música tiene unos padres más o menos conocidos, en los que te has inspirado. Pero todos esto es algo de lo que no te das cuenta. Es un bagaje que está ahí, lo hacen los años. Los conocimientos se van sedimentando. Esa es la base. Con la creatividad uno tiende a no copiar a nadie, pero no puedes evitar estar influido por alguien, aunque a veces no sepas por quién.

¿Cómo te gustaría que la gente te recordase?

Como un comentarista de la música honesto e independiente. Porque para hacer crítica, aparte de ser honesto e independiente, y es muy difícil ser totalmente independiente, hay que saber escribir, saber expresarte adecuadamente y, de esa manera, ayudar a la formación. Formar e informar. Eso es lo que debe tener una labor crítica. Lo mismo haciendo crítica que haciendo libros o notas a programas. A partir de tus conocimientos y de otros que vas a adquirir investigando, tienes que aportar a los demás. Uno está aprendiendo continuamente. Aprendes para hacer aprender a otros. Y siempre está uno aprendiendo.

¿Qué mensaje quisieras dejar a los artistas jóvenes?

Que comprueben y se den cuenta de si lo que realmente quieren es eso, que estén absolutamente convencidos, que midan sus fuerzas, que comprueben si realmente valen. No vale engañarse. Y, por supuesto, trabajar mucho, estudiar y practicar… pero, claro, si no tienes talento, el talento no se inventa.

Michael Thallium

Global & Greatness Coach
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