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Frontera poética del espacio-tiempo

Lo mío con él es totalmente fortuito. Y no, lo nuestro no es una relación amorosa. Ni yo soy maricón ni él tampoco, que yo sepa. He escrito maricón y me pregunto cuántas personas se me echarán encima tachándome de homófobo —hasta el corrector antihomófobo de mi Mac me corrige y reescribe automáticamente homófono— en los tiempos que corren. Para quienes no lo sepan o tengan algo de curiosidad, lo de homófono, dicho de la música, designa el canto en el que todas las voces tienen el mismo sonido; dicho de una palabra, que suena igual que otra, pero que tiene distinto significado y puede tener distinta grafía, por ejemplo, hola, ola, tubo, tuvo, barón, varón… En cuanto a lo de maricón y homófobo, para qué andarse con justificaciones… No sé para qué hago esta aclaración, me voy por las ramas. Lo que cuenta es que lo mío con Bonilla empezó de un modo fortuito, casual, pero ‘casual’ en español de toda la vida, no en el inglés de todas esas personas que visten de calle, de modo informal, vamos. Fortuito fue mi encuentro con uno de sus libros —el primero que de él leí— en una librería de Jerez de la Frontera. Me lo recomendó el librero: La novela del buscador de libros. Y yo, que tengo el vicio de buscarlos, fui tirando del hilo que me llevó a otros suyos que fui ensartando en mi hilo vital. Tampoco tantos, pero suficientes para comprender y declarar que Juan Bonilla es un excelente escritor y el único vivo al que, junto con Andrés Trapiello, releo con agrado y curiosidad primeriza. Para quienes deseen tirar de vicio, quiero decir, tirar del hilo, aquí tienen una sucesión de libros: Tanta gente sola, Una manada de ñus y Totalidad sexual del cosmos. Fortuito fue también mi encuentro con El libro, ese instrumento, uno de sus artículos en El Mundo por el día del libro en 2021. Fortuito porque estaba al lado de una de las Figuraciones que Trapiello escribe todos los viernes, y si no es porque yo las leo semanalmente, ni me entero del instrumento al que se refiere Bonilla.

He vuelto a irme por las ramas, porque uno en realidad no quería hablar de narrativa, sino de esa frontera en el espacio-tiempo que algunos, yo, llaman poesía. Aunque esto también es fortuito. La profesión de andarse por las tramas —con lo de ‘andarse por las tramas’ cito al propio Bonilla, no es invención mía—, es decir, el oficio de novelista, lo viene desempeñando magníficamente desde hace muchos años el escritor jerezano. Sin embargo, uno aún no había leído nada de su poesía. La fortuna quiso que hace unos días leyera en algún lugar que no recuerdo —lo fortuito a veces conlleva también una amnesia transitoria— la noticia de que acaban de publicarse dos libros suyos, uno de poesía, Horizonte de sucesos, en la editorial Renacimiento y una novela, El mejor escritor de su generación, en la editorial El Paseo. De este último, escribiré en otro momento, pero de esa frontera poética del espacio-tiempo que es Horizonte de sucesos, quiero escribir ahora.

Juan Bonilla - Horizonte de sucesos

Me faltó tiempo para bajar al centro de Madrid —vivo en las afueras—y comprar ambos libros. No soy lector habitual de poesía. Mi última lectura «poética» fue hace ya más de un año cuando leí Poesía completa 2019 de Miguel d’Ors, un libro que me emocionó y que dejó en mi memoria uno de los mejores y más cortos poemas que jamás se hayan escrito. Se titulaba Permanencia y decía así: «Se fue, pero qué forma de quedarse». Ahora que lo rememoro, me doy cuenta de que Juan Bonilla nunca se ha marchado. Llegó a mi vida hace no más de tres años, pero ¡qué forma de quedarse! Los poemas de Horizonte de sucesos son —no es exageración— pequeñas partículas de luz que se escapan de Juan Bonilla para dar lugar a nuevas radiaciones cuando se encuentran con quienes los leemos. Mi lectura de Horizonte de sucesos fue, sin embargo, poco poética. Los leí en el trayecto de un autobús que me llevaba de vuelta a Móstoles y luego mientras comía en un restaurante vegetariano al que acudo porque —esto sí que es poético— hay una camarera que ignora que voy allí solo para verla y cruzar unas pocas palabras con ella. Fue allí donde entre poema y poema, bocado y sorbo, entre alguna mirada furtiva y algún que otro tímido comentario, terminé de leer el poemario de Bonilla con esa suerte de mensajes secretos y sonrisas que solo un bibliómano solitario —el epíteto ‘solitario’ sobra— puede llegar a descifrar y comprender… Fue allí, entre recuerdos de un amor que parece no regresar jamás de Italia y la presencia de esa camarera forrada de tatuajes que ignora que estoy leyendo los poemas de Bonilla, donde compruebo que las matemáticas no siempre funcionan fuera del campo de las matemáticas y que 2 y 2 no siempre producen 4: ‘hombre’ tiene dos sílabas, ‘alto’ tiene dos sílabas, pero ‘hombre alto’ sólo tiene 3 sílabas. Pongo este ejemplo sin citar siquiera —porque así lo quiere— a quien primero lo escribió. Soy consciente de que con estas palabras no hago más que salirme por la tangente, vamos, que me ando por las tramas. Pero aún tengo más. Tengo un título genial para las memorias de una actriz porno: Si te visto, no me acuerdo. No digo de dónde coseché el chiste, porque su autor me dio —cuando lo leí— permiso expreso para no hacerlo.

En esas andamos quienes leemos y escribimos. Porque sí, yo ya he leído a Juan Bonilla, al poeta y al narrador. ¡No saben lo que se pierden quienes aún no lo hayan hecho! Juan también me ha leído, pero ese es un humilde premio indescifrable que guardo para mí. ¡Nadie se pierde nada no leyéndome! Ya lo dije: lo mío con él es totalmente fortuito, otro de esos inexplicables sucesos en el horizonte del misterioso agujero negro de la vida o de la muerte… Y, por fortuna, creo que así seguiremos.


Michael Thallium

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