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Verdades que vuelven

Tendría yo 17 o 18 años cuando expresé una de las verdades que me han perseguido en la vida. Se la dije totalmente convencido a una amiga de esas a las que, más tarde, el paso de los años reubica como mera compañera de camino durante los años escolares. «Todo está escrito», le dije. Ya no había necesidad de escribir nada, porque con tal cantidad de personas que escribían y habían escrito en el mundo, nada nuevo de interés cabía escribirse. Ella me rebatió que estaba equivocado, que sí que había muchas cosas nuevas sobre las que escribir. Yo repuse que, muy probablemente, cualquier cosa que uno pudiera escribir tendría poco de original y que sería algo que alguien —en un mundo con tantísimos millones de personas vivas sin contar los antepasados muertos— en algún otro lugar ya había escrito. Así que seguí, sin saberlo, los pasos de Juan Martín Díez y me «empeciné» en la verdad de mi aseveración. Eso hizo que no volviera a escribir durante algún tiempo, quizás años.

De aquello han pasado 30 años. Cerca ya del medio siglo de existencia, cuando miro atrás, veo que aquella verdad no me impidió volver a escribir. ¿Es que no respiramos los seres humanos? Nada original hay en el acto de respirar, lo hacemos millones de personas todos los días, a todas horas. Sin embargo, en ello nos va la vida. Supongo que para mí escribir tiene algo de vital y por eso seguí escribiendo: porque, aunque poco o nada original, es mi «respiración».

En 2020 vivimos momentos de incertidumbre, menos inciertos, eso sí, que los que, por poner un ejemplo, se pudieron vivir en España entre 1931 y 1939, en Europa entre 1914 y 1918 o entre 1939 y 1945. La degradación de los programas televisivos y de la política tampoco es nada nuevo, aunque quizás sí la intensidad con que se degradan. En un programa de televisión argentino del año 1995, Julián Marías ya hablaba de ello. ¿Hay progreso? Sí, pero ya no es algo seguro. Hay progreso y hay regreso. Hay recaídas, lo cual nos obliga a vivir alerta. Hay crisis de representación política. Las instituciones, nacionales e internacionales, están mediatizadas. En la Europa del siglo XX se perdió la libertad en varias ocasiones; tuvimos a Lenin, Stalin o Hitler entre otros muchos. Eso es lo que suele ocurrir cuando se da por sentado que la libertad es un derecho  fundamental e inalienable. En la España del siglo XXI, actualmente, tenemos el gobierno socialcomunista de Sánchez e Iglesias que ya veremos en qué desemboca. El comunismo desprecia el individualismo y tiende hacia la homogeneidad.

Sí, la democracia es el único régimen legítimo adecuado a nuestros tiempos —hace muchos años escribí sobre un régimen que pudiera mejorarlo: la humanocracia— siempre que esté inspirada por el liberalismo; si no, se convierte en un sistema de opresión. Me refiero al liberalismo que cree en la libertad humana, no solo en la libertad política; me refiero al liberalismo que limita el poder a sí mismo y que actúa en los asuntos rigurosamente políticos, que respeta a las minorías (que pueden aspirar a convertirse en mayorías), que no interviene en la vida privada de las personas diciéndoles lo que tienen que pensar, creer o hacer.

Parece que la tendencia actual es hacia la homogeneidad, no hacia el individualismo. Igualmente percibo cierta tendencia a la impunidad. Se protege más al delincuente que al que no lo es. No es que el delincuente entre por una puerta y salga por otra, no: sale y entra por la misma. Vivimos rodeados de la trampa de la estadística: de lo que es frecuente se infiere que es normal, y de lo que es normal se infiere que es lícito, que es bueno. Sin embargo, eso que es frecuente puede ser una completa inmoralidad. Idolatramos a falsos ídolos. En los canales de televisión hay caras que aparecen con enorme frecuencia, a pesar de que muchas de ellas saben más bien poco de lo que hablan; y otras caras jamás aparecerán por mucho que su presencia esté más motivada.

Matilde Ras - Diario

Ya lo decía Matilde Ras  el 11 de octubre de 1941 en su Diario escrito en Portugal:

«Fray Luis de León fue acusado en su proceso de tener por apócrifas las llagas de san Francisco. Cervantes, en el Quijote, expresa claramente un criterio independiente y escéptico en diversos pasajes, como en aquella discusión en que el sensato Canónigo dice al Ingenioso Hidalgo: ‘En lo de que hubo Cid no hay duda, ni menos Bernardo del Carpio; pero de que hicieron las hazañas que dicen, creo que la hay muy grande’. Y el mismo don Quijote, platicando con Sansón Carrasco, asegura: ‘A fe que no fue tan piadoso Eneas como Virgilio le pinta, ni tan prudente Ulises como le describe Homero’. Y ya antes le había dicho a Sancho que los historiadores pintan a sus héroes ‘no como ellos fueron, sino como habían de ser, para quedar ejemplo a los venideros hombres de sus virtudes’.
La grafología, en este punto, que es, si atendemos a la opinión vulgar, donde más parece que yerra, porque rectifica la silueta admitida, es, precisamente uno de los casos donde mejor puede demostrar su utilidad en servicio de la verdad. Porque no somos las criaturas humanas hechas de una pieza, ni frías estatuas, sino que estamos sujetos a las mil variaciones, temperaturas, cambios y altibajos de la vida. Y no es hurtar a nuestro amor y nuestra admiración la figura de un gran hombre, pesquisar y mostrar en él lo que tiene de humano, de viviente y de verdadero.
Allí donde quede un documento manuscrito de un gran hombre, quedará un dato inequívoco adonde se pueda asir el afán de la verdad, y por eso casi todos los buenos biógrafos conocen la grafología (Stefan Zweig, Ludwig) como un auxiliar más a sus investigaciones.
Porque hemos llegado ya a una excesiva saña en esto de patear laureles, como a la inversa, en el intento de realzar figuras execradas, y que, por lo visto, no eran tan execrables.»

Ciertamente, las verdades vuelven: todo está escrito. Pero yo sigo respirando…

Michael Thallium

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