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Xana o la gran mentira

Estoy del patriarcado, de la cultura LGTBIQ+ y de las feministas hasta el mismísimo coño. Que diga yo esto, que nunca he sido mal hablada, puede ser muestra, en partes iguales, de mi hartazgo y perplejidad frente a lo que ocurre delante mis narices ahora y desde hace algún tiempo. Tengo 48 años. Soy mujer. Soltera. Blanca. Heterosexual. Sin hijos. Vivo con mi madre, ya mayor y un tanto desmemoriada. Mi padre falleció hace 10 años. Su muerte fue un trago amargo y su agonía una pena insufrible. Tengo un hermano 10 años menor que yo. Así que si mi padre hubiese muerto cuando yo tenía 10 años, sería hija única. Pero eso yo no lo hubiese querido: ni que mi padre hubiera muerto cuando yo tenía 10 años ni ser hija única. A mi hermano lo adoro, aunque no nos vemos mucho. Vive a casi 20.000 km de distancia, en el hemisferio sur. Yo soy española. Mi hermano también, pero vive en Nueva Zelanda desde hace 10 años. Allí se fue con su novia letona, que ahora es su mujer y mi cuñada. Tengo una sobrina de 5 años, a quien solo he visto tres veces: el día de su nacimiento, cuando cumplió tres años y hace un mes cuando cumplió cinco. Para su nacimiento fui yo quien viajó a Nueva Zelanda. Para su tercer cumpleaños fue mi hermano quien vino a España. Hace un mes fui a Bali, allí celebramos los cinco años de Valda, mi sobrina. El nombre es letón, aunque proviene del alemán. Significa ‘energía’, al parecer. Mi hermano y mi cuñada son así. Originales.

Nunca me he casado. Me hubiera gustado, sí. No puedo decir que no haya tenido suerte en el amor, pero tampoco puedo decir que la fortuna me haya acompañado. Estuve enamorada. Ha habido muchos hombres en mi vida, pero solo uno al que verdaderamente amé. Murió hace 15 años en un accidente. Su muerte y la de mi padre cinco años más tarde me dejaron muy tocada. La primera por su imprevisible y repentino advenimiento y la segunda por su largo y previsible final. Fueron dos hombres a los que amé y me amaron. Aún me cuesta pronunciar su nombre. Me refiero al nombre de Teo. Fuimos pareja durante cinco años, los más felices de mi vida. Incluso ahora que acabo de escribir su nombre, no puedo dejar de emocionarme después de tantos años. Con Teo hubiera sido madre. Lo estuvimos hablando y estábamos decididos, pero ocurrió aquello y el mundo se me vino encima. Ni siquiera pude despedirme de él. Cuando desperté por la mañana, una llamada al móvil hizo de aquel día el día más triste de mi vida. Más que cuando murió mi padre. Teo me lo dio todo. Yo tenía 33 años, él 31 y toda una vida por delante. Cuando lo recuerdo, se me encoge el corazón. Teo era un hombre bondadoso, muy inteligente, alegre, siempre de buen humor. No he vuelto ha encontrar un hombre tan atractivo como él, tan sincero, tan entusiasta. La última vez que lo vi, no lo vi, porque estaba medio dormida en la cama. Sentí que se levantaba como todos los días para ir a trabajar. Y como todos los días, antes de abandonar el dormitorio, me dio un beso y me pasó la mano por la cabeza. Esa madrugada me susurró «Te quiero, Xani». Yo me hice la remolona, aunque el susurro de su voz penetró en mi cerebro. Creo que respondí con un medio gemido de aprobación y quejido. Siempre he sido muy dormilona. Si hubiera sabido lo que iba a ocurrir en las tres siguientes horas, no le hubiera dejado marchar, lo hubiera abrazado cuando me dijo que me quería y nos hubiéramos hecho el amor como tantas noches en las que nuestros cuerpos, nuestros cerebros, nuestra piel se volvían uno. Estábamos muy enamorados. Si un cura me hubiera preguntado “Xana, ¿tomas por esposo a Teodoro?», yo hubiera respondido con un rotundo «Sí, quiero». Ese hombre se había entregado a mí, y yo me entregué a él con amor, pasión, afecto y una grandísima admiración. Tres horas más tarde, cuando sonó el móvil y me dieron la noticia, me quedé muda y con las palabras también se fue la alegría. Me sumí en una profunda tristeza, en una depresión de la que me costó dos años salir. Todos mis sueños, nuestros sueños, se esfumaron como una voluta al viento. Luego vino la enfermedad de mi padre. Tres años de angustia. Mi padre era fuerte, muy entusiasta. Un asturiano de raza, como en más de una ocasión le habían definido muchas personas. Fue él quien eligió mi nombre, Xana. Supongo que la originalidad de mi hermano proviene de mi padre. ¡Cuánto hubiera disfrutado con Valda! Me quedé huérfana de padre con 38 años, pero a los 33 ya me había quedado huérfana de amor. Teo fue el amor de mi vida. Sus ojos verdes y esa voz tan bonita que tenía… Durante aquellos dos años de depresión, pensé en quitarme la vida, pero fue una frase que siempre repetía Teo la que me lo impidió: «La vida es un valor. Vivir es optar por la vida». A Teo le encantaba leer, y esa era una frase que había subrayado en un libro de un escritor y filósofo colombiano. Yo opté por la vida. Por respeto a Teo y con la ayuda de mis padres y de Zábor, mi hermano. Sí, a mi padre le encantaban las últimas letras del abecedario. A mí me puso Xana y a mi hermano Zabornín, aunque siempre lo hemos llamado Zábor.

He decidido escribir mi historia, no la de mi vida, sino la que vivo en estos días de comienzos de 2021. ¿Cómo hubiera actuado Teo ante esta situación? Con una sonrisa, seguro. He conocido a más hombres después de Teo. Caí en una especie de escalera de caracol que me hizo descender al fuego que quema y del que yo era la llama viva. Muchos hombres terminaron abrasados. Mi llama sigue encendida a pesar del climaterio que anticipa una próxima menopausia. El último abrasado ha sido Lucas. ¡Somos tan distintos! No quise quemarlo, pero él propició que las brasas de nuestra pasión lo consumieran. Yo no he sido indiferente, pero el fuego a mí ya no me quema. Lucas, diez años más joven que yo, se recuperará. Lo sé. ¿Hubo pasión? Sí, mucha. ¿Hubo amor? No por mi parte. Sentía afecto, pero ni he podido ni he querido amarlo. Siempre he sido sincera: «Lucas, tú te abrasas en un fuego del que yo soy la gasolina y el extintor; puedo apagarlo cuando quiera, y lo haré». Lo hice. Él se abrasó.

Michael Thallium

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