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El mago, el cisne y la encantadora del viento

De izquierda a derecha: Pablo Ferrández, Cristina Gómez Godoy, Jesús Torres y Juan Pérez Floristán

De izquierda a derecha: Pablo Ferrández, Cristina Gómez Godoy, Jesús Torres y Juan Pérez Floristán

Si algo hay que tiene la música es esa extraña cualidad que te hace viajar en el tiempo y el espacio con toda suerte de casualidades. Cuando el 8 de marzo de 2018 abrí la puerta para entrar al Auditorio Nacional de Madrid, ignoraba que detrás de mí venía el pianista sevillano Juan Pérez Floristán. Él ignoraba, igualmente, que yo iba delante, porque jamás antes nos habíamos visto. Bueno, yo a él sí, virtualmente, por Internet, el día anterior. Por eso lo reconocí unos minutos más tarde. Ya en el vestíbulo de la sala de cámara, hice tiempo hasta que llegara la hora de entrada al concierto. Un señor con gafas y de cabello entrecano tarareaba en voz alta una extraña melodía con la mirada perdida a saber en qué dimensión musical. Por la precisión de su tarareo, deduje que se trataba de un músico y, probablemente, de los que frotan la cuerda. Ignoraba en ese momento yo que se trataba del padre del chelista madrileño Pablo Ferrández y que la melodía era un pasaje de la obra del compositor zaragozano Jesús Torres, que se iba a estrenar esa misma noche. Eso solo lo supe, entre bastidores, después del concierto. Juan Pérez Floristán volvió a salir al vestíbulo para hablar con quien colocaba los cedés en una mesita para su posterior venta. Aproveché el momento para dirigirme al afable pianista hispalense y comunicarle mi deseo de conversar con los tres intérpretes —la talentosa oboísta linarense Cristina Gómez Godoy, solista de la Orquesta Estatal de Berlín, completaba esta terna musical de lujo— después del concierto. Muy amablemente, me invitó a hacerlo. Y eso hice, sí. Pero antes el concierto…

Pablo Cristina Juan 3Una vez en la sala de cámara, desde la tribuna central, avisto a Jesús Torres sentado en el patio de butacas, muy cerca de Antonio Moral, director del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) del que el maño es compositor residente durante la temporada 2017/18. El programa recorre más de dos siglos de música. En la primera parte, Juan, Cristina y Pablo nos llevan al mundo del clasicismo del Imperio austrohúngaro con un alegre y garboso Trío en re mayor Hob XV:16, op. 67, n.º 2 que Joseph Haydn (1732-1809) compuso entre 1789 y 1790, en pleno apogeo de la Revolución Francesa, y a punto de que el sucesor de Nicolás Esterházy lo jubilara —Haydn aprovechó este hecho para viajar a Inglaterra y componer las famosas Sinfonías de Londres. Nadie diría que es la primera vez que estos tres músicos tocan juntos en trío. El público aplaude. A Haydn le sigue Robert Schumann (1810-1856) con unas románticas Piezas de fantasía op. 73 para violonchelo y piano. Ver tocar el chelo a Pablo Ferrández es como ver a un cisne estirar el cuello y las alas para volar la imaginación. Juan Pérez Floristán lo acompaña magistralmente al piano; sabe escuchar, anticipar, adaptarse. Un cisne y un mago del teclado juntos. El público vuelve a aplaudir. El primer acto concluye con Serenade para oboe, chelo y piano, op. 73, una obra netamente brahmsiana del olvidado Robert Kahn (1865-1951) —los nazis prohibieron la publicación e interpretación de sus obras y, en 1938, Kahn tuvo que exilarse en Inglaterra. El público aplaude satisfecho con el buen hacer de los artistas antes del descanso.

La segunda parte comienza con las Tres romanzas op. 94 para oboe y piano de Schumann. Con una expresividad y color especiales, Cristina Gómez Godoy demuestra por qué es la solista de la Staatskapelle de Berlín. La de Linares es la encantadora del viento y se nota que al mago hispalense le encanta acompañar su aliento sonoro. Suenan los aplausos y bravos del público. Y, para terminar, llega el plato fuerte de la velada: el estreno mundial del Trío que Torres escribió en 2017 expresamente para estos tres brillantísimos intérpretes. La obra consta de tres piezas: Rapsódico, con sabor a amor brujo, a España; le sigue Transparencias, un interludio de puro color tímbrico con suavísimos multifónicos de oboe y dobles armónicos de chelo acompañados de cristalinos acordes de piano —el mago, el cisne y la encantadora del viento en acción; la última pieza es Espejo de fuego, furiosamente virtuosista y con fogosos cambios métricos. La musicalidad de Cristina, la flexibilidad de Pablo y la inteligencia de Juan se fusionan transportando la partitura de Torres a otra dimensión de la que se adueñan. La obra es ya suya, quizás la hayan hecho incluso universal… y el público lo reconoce con aplausos y bravos. Torres sube al escenario y saluda junto a los tres magníficos.

Después del concierto, converso con los artistas y compruebo que son tan extraordinariamente humanos como extraordinaria fue su interpretación aquella noche. Aquel señor con gafas y de cabello entrecano, el padre del cisne, se sorprende de que apenas dos horas antes alguien lo oyera tararear una extraña melodía aún por estrenar en el vestíbulo del Auditorio Nacional.

Michael Thallium

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