«Me creí inmortal hasta que me morí» es la frase con la que comienza la obra, que sitúa al lector frente a la repentina muerte del protagonista apenas cumplidos los cuarenta y seis años. Una muerte tras la que alcanza un estado singular, extraño: una infinitud sensual del cosmos de la que jamás había tenido noticia, ni siquiera en sus muchas lecturas. Desde esa nueva situación puede recorrer el pasado de todas las vidas humanas que ha habido a lo largo de la historia de la humanidad y vivirlo como si estuviera en el presente, un presente inquietante y sorprendente. Ese singular estado le permite encontrarse y convivir con algunos de sus personajes preferidos a la par que ir desvelando su propia vida, repleta de amoríos y viajes hasta que le sorprendió la muerte temprana.
Por la novela aparecen personajes tan dispares como Johann Sebastian Bach, Freddie Mercury, Jon Lord de Deep Purple, Manuel de Falla, Jorge Santayana, Clara Campoamor, Manuel Chaves Nogales, Santiago Ramón y Cajal, Miguel de Cervantes… y otros muchos. Algunos incluso siguen vivos: el violinista Mikhail Pochekin, el lutier e instrumentista José Miguel Moreno, la pintora Carmen González Castro, los escritores Juan Bonilla y Andrés Trapiello…
En palabras de Jesús Herrán, editor de Ediciones Valnera: «La novela es novedosa en un planteamiento que, por medio del hilo conductor de la música y los libros, le permite al lector transitar —a veces con mucho humor, ironía e, incluso, sátira— por momentos cruciales de la historia de la música, de la literatura y del arte, de la historia de la humanidad, en definitiva, como si estuviera viviéndolos en persona, y conocer a sus protagonistas de primera mano, en unos encuentros, aunque imposibles, muy verosímiles.»
Personalmente estoy muy agradecido a los editores de Valnera Jesús Herrán y Angeles de la Gala, quienes confiaron en mí. Ambos junto con el ilustrador José Ramón Sánchez, miman tanto los libros que editan como a los autores que los escriben.
El domingo 28 de mayo estaré firmando ejemplares en la Feria del Libro de Madrid, en el Bloque 21C, Caseta n.º 1, de 12:00 a 14:00h. Allí también podréis comprarla. ¡Os espero!
Esta vez iban a ser dieciocho caracteres alfanuméricos, con mayúsculas y minúsculas y, sí, también con signos especiales. Iba a ser la contraseña de las contraseñas, la gran e indescifrable contraseña en esa batalla soterrada que mantenía con ellos dos. La madre de todas las batallas, la de un padre contra sus dos hijos adolescentes. Una batalla secreta. Ninguno de los bandos evidenciaba estar en guerra. Sus cuitas se dirimían en el más estricto silencio, de tapadillo. La madre de las criaturas, su esposa, era ajena a esas rencillas de los tres varones: dos machos jóvenes disputándole el puesto al rey león. Ahí estaba él frente a la pantalla del ordenador con una sonrisa de maliciosa alegría, componiendo su enésima contraseña de control parental. Se sabía ganador: “Esta vez no la descifran ni de coña”. De fondo escuchaba el Scherzo de la Romántica. Anton Bruckner era su compositor favorito y la Cuarta, la quintaesencia, la madre de todas las sinfonías, sobre todo la interpretación de Günter Wand al frente de la Orquesta Filarmónica de Munich. Se lo pensó mucho antes de añadir los dos últimos caracteres: “Seis números, seis letras (tres mayúsculas y tres minúsculas), cuatro caracteres especiales… Me faltan dos. A estos les meto la virgulilla, esa que casi todo el mundo llama ‘el palito de la eñe’. ¡Ignorantes! ¡Virgulilla! Y también les meto el glifo de Aries. ¡Esta sí que es indescifrable! ¡Ja!” En un arrebato de romántica vanagloria, hizo coincidir el tecleo de los dos últimos caracteres con la victoriosa fanfarria final del Scherzo. ¡Enter! Una emoción de grandiosidad se licuó en forma de lágrimas de victoria frente al enemigo derrotado, humillado. ¡Esta vez sí que sí! “A mí dos ‘mocosos’ no me chulean…”
Ya no eran ‘mocosos’, pero a él le gustaba llamarlos así, porque eran sus hijos. La guerra había empezado hacía un año. Primero fueron seis caracteres, luego ocho, nueve, diez… Todas y cada una de las contraseñas, las fueron descifrando los dos cachorros con pasmosa facilidad. El padre los espiaba, controlaba sus conversaciones por WhatsApp sin que ellos lo sospecharan. “Papá ha vuelto a cambiar la contraseña”, decía el pequeño; el mayor respondía: “Espera ahora te paso la clave”. Y al cabo de una o dos horas, los dos leoncillos evadían el control parental para transformarse en dos piratas que navegaban el ciberespacio libres y a su antojo. Al padre esto lo repateaba, pero era un repateo que tenía que aguantarse en silencio, para que los dos jóvenes felones no sospecharan que él andaba al acecho. Era una guerra fría un tanto absurda. ¡A ver quién era más listo! De qué le habían servido todos esos años de estudio de Físicas, todo ese cálculo infinitesimal y la teoría de cuerdas si luego llegaban esos dos y le daban un sopapo de realidad birlándole la contraseña y franqueando el bloqueo hacia la realidad virtual. ¿No querías física cuántica? ¡Pues toma doble ración!
¡Ah, pero esta vez era distinta! ¡Esta vez sí que sí! Esa contraseña era indescifrable. Cerró la sesión del ordenador, apagó la música, salió de la habitación —su particular puente de mando—, bajó al salón y se sentó en el sillón para leer tranquilamente a la espera de que los dos vástagos volvieran del colegio. No tardaron mucho. Al abrirles la puerta el padre, lo saludaron. Intercambiaron amables comentarios paternofiliales, pero los tres sabían que hoy era otro de esos días. El gran reto. Se miraron de hito en hito, disimulando, sonrientes. El padre pensando: “¡Hala, a ver si me chuleáis con esta!”; los hijos mirándose el uno al otro como diciéndose: “La ha vuelto a cambiar, ¿tú crees?”.
Comieron juntos y luego cada cual se puso a sus tareas. Apenas dos horas más tarde, el padre subió al puente de mandol, encendió el ordenador y, por curiosidad, espió el WhatsApp. Un repente de rabia e impotencia le recorrió el cuerpo. “Jo, papá ha vuelto a cambiar la contraseña”, “Nada, tranquilo, bro, a ver qué puedo hacer”, “Vale, date prisa que quiero ver un TikTok”, “¡Tranqui, volverá a escuchar Bruckner, jeje!”… El rey león comprobó que le habían vuelto a descifrar lo indescifrable. ¡Cabrones!, pensó. ¡Y esta vez lo habían logrado en apenas quince minutos! La rabia y la impotencia fueron transformándose en decepción y en una profunda congoja. Se levantó. Encendió el equipo de música. Y volvió a poner la Sinfonía n.º 4 de Bruckner, pero esta vez la versión de Sergiu Celibidache con la Orquesta Filarmónica de Munich. Abatido, se sentó en la silla del escritorio. Con el mando a distancia seleccionó el segundo movimiento, el Andante quasi allegretto. La interpretación de Celibidache es más metafísica. Quizás así podría huir de la física de los hechos. Subió el volumen: el rey león, humillado, ya no era el amo de la manada…
A veces tengo la sensación de que vivo en un mundo paralelo. Y no es cierto. Mi mundo es uno más de entre tantos otros que se apiñan en el planeta que habito. Es solo un tránsito efímero. Un mundo ínfimo. Quizás la soledad… ¡Haced ruido, no penséis! Ni siquiera eso, el creerme paralelo, es nada. No puedo escapar al rebaño que bala. En el fondo soy una oveja más. Ni siquiera carnero. Al menos así podría embestir y romperle encelado la testa a alguien, a otro carnero distinguido, como yo, que se creyera dueño de un mundo paralelo. Por no valer, ni para oveja negra valgo. Ni siquiera para insultaros. Insultaros porque solo hacéis ruido y ni eso: sois eco del ruido de otros, ni siquiera del vuestro propio. ¿No escucháis mi berrido? ¡Imitadores! No hace falta que os diga que no penséis, porque no sabéis qué es eso… pensar.
Os dejáis gobernar por quienes hacen ley de su trastorno. ¡Haced ruido! Ay, si solo fuera vuestro ruido, el vuestro y no el de otros… Os deprecio y os amo. ¡Os escupo! ¡Seguid haciendo ruido! Es lo único que os queda, porque el silencio es solo conquista de los que piensan.
Fue el penúltimo concierto de Pablo González en el Teatro Monumental como titular de la Orquesta Sinfónica y Coro RTVE (OCRTVE), y qué “nivelón”. En el programa había dos obras de dos compositores con los que el maestro González se desenvuelve como un delfín en el mar: las Cuatro últimas canciones de Richard Strauss (1864-1949) y Alexander Nevsky op. 78 de Sergei Prokofiev (1891-1953). La solista elegida para la obra de Strauss fue la soprano estadounidense Jacquelyn Wagner; para la de Prokofiev, la contralto bielorrusa —aunque formada en Munich— Anna Lapkovskaja, que menudo chorro de voz tiene (luego hablaremos de ello).
Richard Strauss compuso las Cuatro últimas canciones en 1948, justo diez años después del Alexander Nevski de Prokofiev y ya terminada la Segunda Guerra Mundial. A Strauss apenas le quedaba un año de vida. Cuatro canciones, cuatro joyas: Primavera, Septiembre, Al ir a dormir y Al anochecer. La voz de Jacquelyn Wagner tiene un timbre bello, lírica, potente en los agudos, aunque quizás le faltó un poco de cuerpo y proyección en el registro grave. La orquesta la acompañó con exquisitez en todo momento. Cabe destacar el precioso solo de trompa que hizo José Vicente Puertos en Septiembre y el del concertino Miguel Borrego en Al ir al domir. La interpretación de Jacqueline Wagner fue estupenda, especialmente en Al anochecer —la única canción basada en un poema de Joseph von Eichendorff (1788-1857); las otras tres son poemas de Hermann Hesse (1877-1962)—, porque se la vio visiblemente emocionada mientras la música se iba extinguiendo en un conmovedor pianissimo, como para reconciliarse serenamente con la muerte después de la vida. El público correspondió con un gran aplauso, pero solo después de unos segundos de silencio. ¡A ver quién se atrevía a romperlo después de tanta belleza melódica!
Tras el descanso llegó la música que Prokofiev compuso para la película homónima de Sergei Eisenstein (1898-1948) en 1938. Un año más tarde, elaboró la cantata que hoy conocemos como Alexander Nevski op. 78. El texto es del poeta constructivista Vladimir Lugovskoy (1901-1957): “Levántate, pueblo Ruso”… Puro patrotierismo soviético. Si uno analiza el texto en el contexto de la Europa de 2023, resulta tan anacrónico como controvertido. Por suerte, la mayoría del público no entiende el idioma y, por consiguiente, se queda con la música, una música épica, dramática, majestuosa, emocionante y conmovedora. Es como cuando uno canta esos éxitos de la música pop en inglés sin saber inglés: guachiguachi chupchup… A veces es mejor no entender la letra y quedarse solo con la música, por aquello de no llevarse un chasco.
La dirección orquestal de Pablo González, el delfín en el mar, fue espectacular. En el gesto de sus manos y en el movimiento de su batuta se desvela el arte tético y anacrúsico, quiere uno decir con esto que González maneja la agógica con asombrosa maestría. La cantata de Prokofiev se divide en siete números con un claro protagonista: el coro. Ya venimos diciendo en los últimos tiempos que la calidad de las interpretaciones del Coro RTVE va in crescendo. Anoche lo volvieron a demostrar. ¡Qué poderío! Y si bien los maestros del coro fueron los protagonistas, no es menos cierto que ese protagonismo pasó a un segundo plano en el momento en que la mezzosoprano Anna Lapkovskaja cantó el aria El campo de los muertos. Fueron apenas tres minutos, pero qué tres minutos para el recuerdo y qué voz tan potente, tan bien proyectada y bella. ¡Y eso que era la primera vez que cantaba esta obra! Lapkovskaja conmovió al público. La orquesta y el coro tuvieron momentos magníficos como ese paulatino acelerando in crescendo de La batalla sobre el hielo que Pablo González supo construir con genialidad. Magnífica la percusión, las cuerdas. No puede uno tampoco dejar de mencionar las intervenciones de Ana Ruiz al oboe en Rusia bajo el yugo mongol —¡pero qué bien toca esta señora!—, así como las de Carlos Alonso al corno inglés y Chimo Vicedo al trombón y, por último, la del trompetista Francisco de Borja Antón —¡menudo fiato y sobreagudos tan perfectos!— en varios pasajes. Tras el apoteósico final, el público prorrumpió en una ovación. Muy aplaudidos el coro y su director Marco Antonio García de Paz; Anna Lapkovskaja con esos tres sublimes minutos de gloria— y, por supuesto, el maestro González al frente de una orquesta que lo dio todo y más.
Eduardo, ¡va por ti! Y va por ti, porque anoche estuve, como casi todas las semanas, en el concierto de la Orquesta Sinfónica RTVE (ORTVE), solo que había una diferencia: ahora sabía que ya no volverías a leer ni a publicar en Scherzo ninguna de las reseñas que te enviaba semanalmente hasta hace poco más de un mes. Ayer por la tarde acompañamos a tu mujer Isabel y a tus hijos Eduardo, Pablo, Clara e Inés en un último adiós. Fue triste y conmovedor ver a tu madre, ya muy anciana, bendecirte y despedirse de ti antes de entregarte a la tierra para descansar junto a tu padre. Permíteme una última confesión, porque ya jamás podré volver a hablar contigo: te he echado de menos en el último mes. Te has ido, pero qué forma de quedarte.
EDUARDO TORRICO in memoriam
Así que déjame que te cuente, por última vez, lo que aconteció anoche con esta orquesta y una brillantísima directora Yi-Chen Lin. Sé que no es el tipo de repertorio con el que tú disfrutabas, pero créeme que los músicos de la ORTVE y la directora hicieron una magnífica interpretación de Pantheon Romae de Cristina Pascual, nada fácil, y de la Sinfonía n,º 4 en fa menor op. 36 de Chaikovski. Sí, ya sé que eres tozudo y que nadie te va a apear del burro: más allá del Barroco, non plus ultra. Pero también sé que aprecias la buena música, y las dos obras de anoche, lo son.
Cristina Pascual y Yi-Chen Lin con la ORTVE
La primera parte del concierto fue el estreno de Pantheon Romae. En realidad ya se había estrenado la noche anterior, en el concierto del jueves. Es una obra de difícil interpretación y compleja, pero interesantísima y sorprendente. La disfruté de lo lindo. Para empezar, la orquesta estaba colocada muy singularmente, nada al uso. Cuatro conjuntos de percusión situados cuadrafónicamente, una fila central compuesta por una trompa, una trompeta, un trombón y dos contrabajos dispuestos de forma simétrica a ambos lados de la sección central conformada por tres oboes. Los fagotes y otros instrumentos de viento estaban situados en la última fila. Igualmente, las cuerdas estaban distribuidas simétricamente… Eduardo, seguro que te estarás preguntado: ¿Y para qué tanta parafernalia? Bueno, eso confirió una sonoridad muy especial a esta obra que Cristina Pascual compuso como encargo de las Becas Fundación SGAE y AEOS 2021. De hecho, Cristina me contó en el descanso que la había compuesto con total libertad, vamos, que había hecho lo que le había dado la gana. Y ya sabes lo difícil que es hacer estas cosas con total libertad y que luego te las estrenen. En la partitura pone que la obra dura 22 minutos y 22 segundos.
La directora taiwanesa Yi-Chen Lin —aunque formada en Austria desde los ocho años— hizo una labor seria y su dirección fue muy precisa, marcando el tiempo de un modo excelente. Pantheon Romae comienza con el sonido de una trompa que simula el aullido de un lobo —la Luperca que amamantó a Rómulo y Remo— a la que se unen otras trompas simulando una manada de lobos. Entremedias del comienzo y del final ocurren otras muchas cosas, disonantes y consonantes, hasta pasajes fugados en los violines que evocan la Roma antigua hasta entrar en el Panteón. No solo eso, los músicos también susurran y hablan a la vez que tocan. Ave Caesar morituri te salutant. Seguro que a muchos de ellos les habrá resultado extraño, pero el conjunto sonó estupendamente. Pantheon Romae termina con un concluyente acorde de sol mayor que se apaga con el sonido de la percusión, como si fuera una tormenta. Francamente, Eduardo, esta obra puede dar mucho más de sí. El público lo reconoció con un gran aplauso.
Tras el descanso llegó la Sinfonía n.º 4 de Chaikovski. La interpretación de Yi-Chen Lin fue de lo más interesante, lejos de los clichés de las grabaciones tradicionales en la mente de muchos, ajustándose a lo que Chaikovski escribió en la partitura. Cabe destacar la intervención de Salvador Barberá al oboe en el Andantino in modo di canzona. Magníficas las cuerdas en el Scherzo. El tempo elegido por Yi-Chen Lin hizo que el pizzicato se escuchara perfectamente. El Finale fue fogoso y la sinfonía concluyó con un tutti rítmico y electrizante que suscitó el aplauso y la ovación del público.
Eduardo, ojalá hubieras podido ver a Yi-Chen Lin y a la ORTVE en plena forma. Te hubiera encantado. Sí, ya sé, no eran tus amados Bach y Haendel, pero fue muy buena música. Hasta siempre. Descansa en paz.
Durante este año 2023 se celebra el centésimo aniversario del nacimiento de György Ligeti (1923-2006). Este tipo de conmemoraciones suelen ser la excusa para programar obras de los compositores. Y no es que Ligeti no merezca ser programado cualquier año y sin ninguna excusa, pero esperemos que no tengan que pasar otros ochenta y tres (aniversario de su muerte) o cien años más para escuchar su música en las salas de concierto. En cualquier caso, eso dependerá del gusto del público —caprichoso e imprevisible—, de la cultura de los programadores —al buen callar llaman sancho— y de la preparación técnica de los intérpretes.
Hace un par de días, en la Sala de Cámara del Auditorio Nacional, pudimos disfrutar de un recital íntegramente compuesto por obras de Ligeti: Seis bagatelas para quinteto de viento, Concierto de cámara para trece instrumentos y Concierto de Hamburgo para trompa y orquesta de cámara. Una hora de concierto, más o menos. Fue el debut del director de orquesta Pascual Cabanes en el Ciclo Satélites con el Harmonie Ensemble. Estrenarse con Ligeti no es fácil: requiere una gran preparación técnica del director amén de la de los músicos.
Foto del archivo de la OCNE.
El recital comenzó con Seis bagatelas, la que se considera primera obra de cámara de Ligeti. A quienes conozcan la Musica ricercata para piano, este quinteto de viento les sonará mucho, porque es una reelaboración de algunas de las piezas de esta obra para piano. Los maestros Pepe Sotorres (flauta), Victor Manuel Anchel (oboe), Eduardo Redondo (trompa), Enrique Abargues (fagot) y Javier Balaguer (clarinete) destacaron especialmente en la primera bagatela, en la tercera —con un magnífico obstinato mantenido por el fagot—, en la cuarta y en la sexta, que terminó con una pequeña broma musical que suscitó la sonrisa del público y el aplauso correspondiente.
Foto del archivo de la OCNE.
El Concierto de cámara para 13 instrumentos fue la obra con la que Pascual Cabanes debutó. Esta pieza se divide en cuatro movimientos y requiere de clave, harmonium, piano y celesta. Cabanes dirigió sin batuta, a manos desnudas, con gesto preciso, muy medido. A uno le recordó un poco al estilo de Pierre Boulez. La orquesta sonó con igual precisión. Entre todos lograron unas buenas atmósferas, muy ligetianas, sobre todo las cuerdas en el primer movimiento Corrente. El Harmonie Ensemble estuvo a la altura de la partitura. Muy buenos los dos últimos movimientos: el tercero con pizzicati y ataques secos, muy preciso y mecánico; el cuarto rápido y muy virtuoso, donde destacaron los vientos. El público lo reconoció con un gran aplauso.
Foto del archivo de la OCNE.
El recital concluyó con el Concierto de Hamburgo para trompa. Pascual Cabanes es también trompista y quizás por eso eligiese esta obra para la que contó con el solista Salvador Navarro, quien estuvo excelente tanto a la trompa natural como a la trompa de válvulas. Este concierto se divide en siete movimientos. Las trompas del tutti son todas naturales; el solista alterna la de válvulas con la natural. Destacó la interpretación a la percusión de Rafael Gálvez, quien tuvo dos momentos al tambor bajo esenciales para generar esa atmósfera espectral que requiere la partitura. Salvador Navarro estuvo magnífico: muy buen fiato, precisión y musicalidad [nota para entendidos y personas con buen oído: estuvo bastante fallón en los agudos]. La dirección de Cabanes fue una vez más precisa, apropiada para la interpretación de estas obras de Ligeti. El público reconoció la labor de los músicos y del director con un gran aplauso.
Giuseppe Verdi (1813-1901) compuso la Misa de Réquiem cuando tenía 60 años. Se estrenó en Milán, bajo su dirección, el 22 de mayo de 1874, justo un año después de la muerte del poeta Alessandro Manzoni, a quien Verdi dedicó la obra. De hecho, el nombre completo en italiano es Messa da requiem per l’anniversario della morte di Manzoni. Está dividida en siete movimientos de distinta duración: Requiem y Kyrie, Dies Irae, Domine Jesu, Sanctus, Agnus Dei, Lux aeterna y Libera me. La mayor carga dramática se concentra en el inmenso Dies Irae, el día de la ira, aunque el Libera me final es impresionante.
Esta es la obra que anoche pudimos escuchar en el Teatro Monumental. La Orquesta Sinfónica y Coro RTVE (OCRTVE) volvieron a lucirse, especialmente el coro, que arriesgó en la interpretación y logró unas sonoridades bellísimas, sobre todo en los pianissimi y en esas partes susurrantes. Ese lucimiento deslumbrante y emocionante no hubiera sido posible sin el canto extraordinario de los cuatro solistas: Miren Urbieta-Vega (soprano), Nancy Fabiola Herrera (mezzosoprano), Antonio Poli (tenor) y Tadas Girininkas (bajo). Todos ellos estuvieron fantásticamente dirigidos por Pablo González, cuya titularidad en la orquesta termina esta temporada. Aún podremos verlo dirigir en dos ocasiones más. No se pierdan el último concierto de temporada: nada más y nada menos que la Sinfonía n.º 2 de Gustav Mahler.
Una particularidad de la interpretación de anoche fue la colocación de trompetas en el segundo anfiteatro, alejados de la orquesta. Eso produjo un efecto sonoro envolvedor en la fanfarria justo antes del Tuba mirum del Dies Irae con el coro. Igualmente interesante fue el desplazamiento de la soprano Miren Urbieta-Vega hacia la zona del coro para cantar ese dramático y recogido Libera me final. Por cierto, lo de Miren Urbieta-Vega anoche fue sublime. A uno le sabe mal elogiar a uno de los solistas, porque parece desmerecer a los demás. No es el caso. La mezzo Nancy Fabiola Herrera estuvo estupenda en el Liber scriptus y en todas sus otras intervenciones; el tenor Antonio Poli sorprendió por su potencia vocal —había estado enfermo— en el Ingemisco; fabuloso estuvo el bajo Tadas Girininkas —que sustituyó a Kostas Smoriginas—, sobre todo en el Confutatis. Juntos en todas las combinaciones de voz estuvieron excepcionales. Dicho esto, uno ha de añadir que hay algo especial en la voz de la soprano Miren Urbieta-Vega: su potencia, su proyección, su timbre… En cuanto abre la boca para cantar la primera nota, su bella voz penetra hasta allí donde residen las emociones. La interpretación que hizo del Libera me con el coro y la orquesta fue conmovedora. Otro momento estelar fue la Lacrymosa con los cuatro solistas y el coro. Hermosísima ejecución.
La orquesta mostró todo su pulmón en el estribillo del Dies Irae con esos acordes fortísimos y secos: la ira personificada. Quizás los metales sonaron un poco fuertes en los pasajes pianissimi. Ya hemos dicho que el coro logró sonoridades bellísimas. Mostró potencia, delicadeza, lirismo. Estupendo fue el Sanctus y sublime el Libera me final con Miren Urbieta-Vega, que terminó en un solemne susurro, un momento de recogimiento y silencio del que surgió un tímido aplauso que terminó en ovación y con parte del público en pie.
Vigésimo noveno episodio de la serie Sapere aude – Atrévete a saber, la serie de podcasts de Michael Thallium. En esta ocasión la invitada es la librera María Fernández, dueña de la librería Crazy Mary, sita en el Barrio de las Letras de Madrid. Con ella hablamos de libros, por supuesto, pero también de emprendimiento y de vida.
Pablo González dirigiendo la OSPA, 24 de marco de 2023
Cuando la escribió entre marzo y junio de 1932, el compositor polaco Karol Szymanowski (1882-1937) tenía 49 años y ya llevaba cuatro años enfermo de tuberculosis con idas y venidas a Suiza para recibir tratamiento médico. Aún le quedaban cinco años más de vida. Su situación económica no era buena tampoco. Fue él mismo quien estrenó al piano la Sinfonía n.º 4 “Concertante” para piano y orquesta, op. 60; se la había dedicado al pianista Arthur Rubinstein y Grzegorz Fitelberg estuvo al frente de la Orquesta de la Ciudad de Poznan el día del estreno. La sinfonía era en realidad un concierto para piano dividido en en tres movimientos: I. Moderato. Tempo comodo, II. Andante molto sostenuto y III. Allegro non troppo, agitato ed ansioso. Esta fue la obra que se iba a haber interpretado en el ciclo Raíces 2022-2023 de la Orquesta Sinfónica RTVE con Javier Perianes al piano y Pablo Gonzalez de director, pero finalmente la obra de Szymanowski se cayó del programa y Perianes ofreció en su lugar el Concierto n.º 4 de Beethoven. ¿No se atrevió el pianista onubense con esta sinfonía concertante?
Por eso, cuando uno supo que la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) iba a interpretar el 24 de marzo de 2023 esta obra en el Auditorio Príncipe Felipe (APF), decidió acudir a Oviedo, porque la ocasión la pintaban calva. Al frente de la orquesta el mismo director, Pablo Gonzalez, pero en esta ocasión se trataba de una pianista coreana —que sí se atrevió con la obra de Szymanowski—, Yeol Eum Son, a quien ya vimos tocar hace unos meses en Madrid con la Orquesta Sinfónica RTVE. En la segunda parte del programa, las Danzas sinfónicas, op. 45 de Sergei Rachmaninov (1873-1943), la última obra que el compositor ruso escribió completamente en EE.UU. Así pues, se trataba de un programa muy atractivo: una obra escasamente interpretada (Szymanowski) y otra (Rachmaninov) que menudea en las salas de concierto.
Permítanle a uno una pequeña digresión. Quienes vivimos en las grandes ciudades, —entiéndase, por ejemplo, Barcelona o Madrid— tendemos a pensar que todo lo bueno, lo excelente, en el terreno cultural y musical se hace allí. De hecho la oferta de conciertos y eventos es apabullante. Tanto es así que lo que pueda ocurrir en el resto de provincias españolas queda eclipsado por el poder cosmopolita de las potentes urbes que lo acaparan todo en la prensa. Por eso, uno se llevó una muy grata sorpresa al comprobar que en Oviedo —y anteriormente en Avilés, aunque uno no estuviera presente— la OSPA ofreciera un concierto de una calidad extraordinaria.
Para empezar, una hora antes del concierto, el maestro Pablo González ofreció una breve charla en la Sala de Cámara del APF para explicar el programa que el público escucharía esa noche. Era la primera vez que uno veía algo así: un director que explica al público lo que va a dirigir. Fue breve, sí, apenas quince minutos, porque el maestro tenía que hacer seguidamente la prueba acústica con la orquesta, pero muy informativo y ameno. González empezó disculpándose porque él no era ni musicólogo ni comunicador ni orador… La disculpa sobró, porque uno está cansado de escuchar a tanto “experto” que hace alarde de conocimientos, pero cuya perorata resulta un auténtico tostón. Pablo González hizo un análisis, concentrado y resumido, que ya lo quisieran para sí muchos “expertos”. Y sí, además de ser un gran director, demostró que sabe hablar en público y que lo hace con llaneza, sin alardes, acercándose al público, y con el rigor de alguien que ha estudiado las obras concienzudamente y que conoce la historia de los compositores que las escribieron. Ya lo hemos dicho: ameno y muy informativo.
El estilo compositivo de Karol Szymanowski puede dividirse en tres periodos: uno primero que enraíza en la tradición de Wagner y Strauss, otro segundo, claramente atonal, y un tercero, más tradicional, en el que vuelve a la tonalidad con influencias impresionistas. La Sinfonía n.º 4 que aquel viernes 24 de marzo interpretaron la OSPA y la pianista Yeol Eum Son dirigidos por Pablo González se enmarca en este tercer periodo. No es la primera vez que el maestro González y Yeol Eum Son interpretan esta obra juntos. Ya lo hicieron en 2021 con la Orquesta Filarmónica de Helsinki.
Orquesta, solista y director hicieron que hubiera merecido la pena recorrer 450 kilómetros —la distancia que separa Madrid de Oviedo— para escuchar este fabuloso recital. Y hubo quien incluso vino desde Sevilla para ver a la pianista… A uno también le sorprendió gratamente la calidad y el esmero con el que estaba elaborado el programa de mano —ya lo quisieran para sí algunas orquestas de las “grandes ciudades”— con unas estupendas notas al programa escritas por Guillermo Ares. Igualmente agradable fue un encuentro fortuito en el patio de butacas con don Federico Álvarez de la Ballina —a él le gusta decir que es el abogado del diablo, porque tiene el n.º 666 de colegiado—, un afable ovetense de 91 años de edad que ha seguido la trayectoria de la OSPA desde incluso antes de su fundación.
Yeol Eum Son con la OSPA, 24 de marzo de 2023
La interpretación de Yeol Eum Son fue magnífica: precisión, musicalidad, dinamismo. Especialmente bella fue la atmósfera impresionista que los dedos de la pianista coreana imprimieron a la música del segundo movimiento. También hay que destacar las intervenciones del concertino Aitor Hevia y de la flautista solista Myra Pearse a lo largo de toda la sinfonía. El tercer movimiento es “casi orgiástico por momentos” —así lo definió el propio Szymanowski en su día— al ritmo del oberek (danza polaca) y de la mazurca. Daba gusto ver y escuchar a la pianista —precisión y musicalidad abrumadoras— y la orquesta —conjuntadísima— en ese agitado baile interpretativo del que Pablo González sacó el mejor partido. El público lo reconoció con un gran y merecidísimo aplauso.
Tras la pausa llegaron las Danzas sinfónicas, op. 45 de Rachmaninov, una obra que, a diferencia de la sinfonía de Szymanowski, se programa muchísimo. La dirección de Pablo Gonzalez fue extraordinaria: expresividad, dinamismo, ritmo, precisión y, sobre todo, musicalidad. Está dividida en tres movimientos —Non allegro, Andante con motto y Lento Assai-Allegro vivace— y el maestro Pablo Gonzalez sacó lo mejor de la orquesta. Una interpretación de esas que uno difícilmente puede olvidar. Los valses del segundo movimiento tuvieron un lirismo inigualables: los silencios cobraban ese sentido original del que nace la música. Esos maravillosos ritardandi… Una orquesta equilibrada que deslumbró hasta el final. El público lo reconoció con una gran ovación.
Pablo González y la OSPA interpretan las Danzas sinfónicas de Rachmaninov (viernes, 24 de marzo de 2023)
Un Szymanowski y un Rachmáninov extraordinariamente interpretados. Los asturianos pueden estar muy orgullosos de su orquesta y de un maestro que es profeta en su tierra: Pablo González.
Lo compré en una librería de viejo. Suelo hacerlo. Me llamó la atención su nombre. Nunca lo había oído. Un nombre muy español y un apellido muy vasco, aunque una nota biográfica en la solapa de la sobrecubierta decía que Lola Zárraga había nacido en Miranda de Ebro. Esas eran las únicas pistas de su existencia: mujer, quizás María Dolores (Lola), nacida en Miranda de Ebro, provincia de Burgos. No sé si lo que me movió a comprarlo fue su nombre o el mensaje que aparecía en la faja blanca, un tanto amarillenta por el paso del tiempo, que adornaba la sobria sobrecubierta verde mar: ¡Un libro apasionado, sugerente, distinto…! Probablemente fuera el nombre…
Al llegar a casa, lo dejé sobre un anaquel. Suelo hacerlo con los libros que compro. Y ahí reposan o los viste el polvo hasta que algún día ignorado me da por leerlos. El de Lola estuvo más de tres semanas esperando, casi un mes. Hoy al alba, con el desvelo del insomnio, lo leí. Tuve alguna pista más, aunque ninguna ha servido para saber algo apenas de su vida: dónde vivió, dónde estudio, ¿tuvo hijos?, ¿seguirá viva? Probablemente no. El poemario se publicó en Madrid, en 1961. Una primera edición. El primer volumen de la Colección Odín: Poetas contemporáneos. De su poesía habla en el breve prólogo José Gerardo Manrique de Lara. De él sí he logrado saber algo más: era el director de esa colección, natural de Granada y residente en Madrid. Murió en 2001. Así lo memora una breve noticia del 12 de mayo de aquel año publicada en el diario ABC: “Ha fallecido José Gerardo Manrique de Lara, colaborador habitual de ABC, poeta, novelista, ensayista, biógrafo, crítico, hombre que volcó toda su pasión en la Literatura y a la que se entregó sin concesiones”.
¿Sería también José Gerardo quien, además del breve prólogo, escribiera el texto de la solapa? En él se dice: su estro es fino y sumiso. Se refiere al estro de Lola Zárraga. ¡Estro! ¿Quién utiliza hoy ya esa palabra? La inspiración ardiente de Lola es fina y sumisa. Esa Lola de quien apenas sé nada. El libro se lo dedica a sus hermanos Rosa y Alberto… Sí, los he buscado en internet: Dolores (Lola), Rosa y Alberto Zárraga. Nada. De los más de 2.000 millones de páginas web que hay en internet solo pude rastrear un texto en el que se la menciona. Lo escribió el doctor Rafael Sancho de San Román en un discurso de contestación en la Real Academia de las Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo al Ilustrísimo Sr. Don Tomás Camarero García, pintor, dibujante y cincelador. La cita es escueta, un suspiro: “Lola Zárraga resalta la veracidad, la autenticidad de su pintura”. Eso y nada es todo.
Todos muertos: Jorge Gerardo Manrique, Rafael Sancho, Tomás Camarero y… ¿Lola Zárraga? Ni rastro de su año de nacimiento ni del de su muerte. Tan solo ese extraño libro de viejo con la sobrecubierta verde mar en la que se lee su nombre y un título: Habló mi alma.
Gózame en tu penumbra
madrugándome íntegra en tu sueño
para que mi alma jugando a ser tuya
pueda quedarse enredada en tu cielo.