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MADRID, Andrés Trapiello y yo

Querido Andrés:

permíteme que te cuente cómo te conocí; no hace tanto, hará ahora unos cinco años. Es otra de esas cientos de miles de historias que ocurren en Madrid. Caminaba yo con una amiga subiendo por una de las calles del barrio de Lavapiés. Haría unos tres meses que uno había tenido un desengaño amoroso —otro más que añadir a la cuenta personal del banco de mi vida— y pensaba que después de aquello, y a mis años, sería difícil encontrar de nuevo una «ilusión», esa de la que habla Julián Marías en su Breve tratado de la ilusión y que es única del idioma español. A mi amiga, con la que caminaba, no le gusta que diga que la conozco desde 1.º de la E.G.B., porque eso delataría su edad. Por eso, cuando lo digo en reuniones sociales, ella recalca que yo la conocí el año en que repetí 1º de E.G.B. —lo de mi repetición es otra historia que ahora no viene a cuento— y que, por tanto, ella es un año más joven que yo. Tengo 48. Como decía, subíamos caminando ella y yo por la calle cuando, de repente, avisté a una joven de pie ante «La Nada». Le dije a mi amiga: «Mira que chica más guapa, voy a decirle algo», así, a lo chulapo. En una de esas conversaciones que uno nunca sabe adónde pueden ir a parar, descubrí que llevaba unos pocos años en Madrid, que su nombre era Carmen, granaína, guapa, artista y pintora, y que «La Nada» era el estudio que compartía con otros tantos artistas. Por la conversación, también deduje que era (lo es) muy culta. También descubrí —esto días más tarde— que había estudiado la carrera de piano. Muy completita, sí. En fin, que al terminar aquella conversación, me dije para mis adentros: «¡A esta me la ligo yo!». Ya adelanto que no, que no me la ligué… aunque lo intenté.

Si te hablo de Carmen, Andrés, es porque fue por ella que te conocí. Durante el par de meses que viví con la ilusión de ligármela, leí en su muro de Facebook que recomendaba un libro de un tal Andrés Trapiello de quien yo jamás en mi vida había oído hablar. El libro se titulaba Las armas y las letras y, claro, si ella lo recomendaba, yo tenía que leérmelo como fuera. Me lo leí en diciembre de 2015 —¡casualidades de la vida!— a la par que El Quijote de Miguel de Cervantes, libro que se me había resistido durante más de 40 años.

Perdona si voy y vengo y me meto por vericuetos, como si callejease por el centro de Madrid, sin dar en el busilis. Prometo regresar a Las armas y las letras, pero déjame que antes me meta por la propincua callejuela que resume los cinco años de mi relación con Carmen desde que la conocí. Vienen a quedar, con la imprecisión de la síntesis, en algo así: intenté ligármela (no lo conseguí), descubrí en ella a una amiga que tenía novio (reculé y me convertí en su amigo; de ella, no de su novio, claro); que dos años más tarde Carmen empezó a salir con otro hombre con el que, finalmente, hubo boda (boda que se celebró en un pueblito de la serranía de Graná el mismo día de mi cumpleaños y a la que asistí; para entonces Carmen ya era una amiga a la que admiraba); que al cabo de unos meses partió piñas y abrió el amargo melón del divorcio (yo me comporté como el amigo en que ya me había convertido); que unas semanas antes del confinamiento de marzo y abril de 2020, estando yo de visita en un hospital, me di cuenta de que la quería (retomaré más adelante este asunto) y que tras los meses de confinamiento, al abrirse la veda y volver a vernos, decidí declararme (¡la cagaste, burlancáster!); ahora Carmen es como una especie de amor platónico o de musa… aunque también tengo otra, de la que hablaré más adelante.

Lo prometido es deuda. Regresemos, ahora sí, a Las armas y las letras. El descubrimiento de este libro fue providencial para mí, porque fue el hilo literario del que fui tirando hasta hoy, y también fue el culpable del aumento de mi biblioteca personal que esconde una vergonzante bibliomanía. Te confieso que eres uno de los pocos autores vivos que leo. La mayoría de mis libros son de viejo y muerto. Leyéndote supe de A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales, de Democracias destronadas de José Castillejo, de La revolución vista por una republicana de Clara Campoamor, La estrella polar de Eduardo Capó Bonafous, Doy fe… de Antonio Ruiz Vilaplana, Días de horca y cuchillo de Alfredo Muñiz, Celia en la revolución de Elena Fortún, La soledad de Alcuneza de Salvador García de Pruneda, Madrid de corte a cheka de Agustín de Foxá, Guerra en España de Juan Ramón Jiménez, Diario de un soldado de Vicente Salas Viu, España sufre de Carlos Morla Lynch… Ni que decir tiene que todos esos libros me llevaron a otros tantos hasta la fecha. ¡Qué te voy a contar que tú no sepas!

Gutierrez Solana - Madrid, escenas y costumbresTe confieso también que no he leído muchos libros tuyos. Después de Las armas y las letras leí solo dos novelas: Ayer no más y Los confines, que también me dejaron buen regusto. En 2019, compré la edición ampliada y conmemorativa de los 25 años de Las armas y las letras y lo releí. Para mi sorpresa —no sé si a ti también te habrá ocurrido con otros libros—, al releerlo apenas tres años más tarde de la primera lectura, exclamé: «¿¡Pero esto lo he leído yo!?» Y me asombro de mi falta de memoria y de lo buena que es tu pluma. Los piropos, como las armas, los carga el diablo según de quien partan, pero si te sirve como tal: ¡eres el único escritor vivo a quien releo!

Ahí quedó la cosa hasta hace dos meses en que empecé a seguir tus Figuraciones de los viernes en El Mundo —único día en que compro el periódico. Luego, hará unas tres semanas, vi en algún lugar que acababas de publicar otro libro, MADRID. Me llamó la atención el título, porque solo hacía cuatro meses que había leído el jugoso y fabuloso Madrid: escenas y costumbres de José Gutiérrez-Solana, libro que, después de haber leído tu MADRID, sé que también has leído y, al igual que tú, lo recomiendo —lo único es que veo difícil que a quien le pique la curiosidad por leerlo lo tenga fácil: tengo el número 84 de una edición limitada de 100 ejemplares en Ediciones Ulises.

Como verás, todo lo anterior no ha sido más que un largo preámbulo —espero que no una torrada— para lo que realmente hasta aquí he venido: «para hablar de tu libro». (Que conste que no he leído ningún libro de Umbral y que solo lo conozco por la famosa frasecita que le espetó a Mercedes Milá en un programa televisivo hace algunos años). MADRID me ha encantado. Lo he leído en apenas una semana —¡ojo, que son unas 550 páginas—, porque sé que se convertirá en un libro de relecturas (las mías) y de referencia (para todo el mundo). Que llegue a ser un betséler, sinceramente, me importa un comino. Has logrado una obra maestra, pero que yo diga esto, tiene poco valor o ninguno. Permíteme remedar el elogio de tu admirado Ramón Gaya y hacer un palimpsesto literario de urgencia: «No te vayas a creer que tu libro es una obra maestra porque yo lo diga; la unanimidad vendrá de quienes lo disfruten cuando te lean».

Andrés Trapiello - Madrid

Decía que MADRID me ha encantado. Amén del contenido y lo magnífica que es tu prosa, el continente está hecho con mucho mimo. ¡Se nota! El libro te ha salido chulapo. Lo terminaste de escribir un 4 de mayo de 2020 —justo 49 años después de aquel fatídico cumpleaños de tu padre, origen de tu aventura madrileña— y de componerlo para imprenta la víspera de la Virgen de la Paloma. Así reza en la primera edición de octubre de 2020 de la Editorial Destino. Cuando uno lo mira desde fuera, parece otra guía más de Madrid. Así me lo revela la tipografía de esas letras amarillas del título. Cuando uno lo abre, se encuentra con la bienvenida de un chaleco chulapo y de un clavel rojo y reventón. E igual que nos da la bienvenida nos despide: con rojo clavel y de pata de gallo un «gabriel».

MADRID te ha salido redondo, aunque ya sabemos y también lo avisas en el texto a modo de epílogo: «no acaba uno nunca de conocer todo Madrid ni un libro como este puede terminarse jamás». Lo terminaste por extenuación, pero te ha quedado brillantemente redondo. Quedará como un hito para quienes lleguen más tarde y quieran escribir otro: habrán de superarlo (si pueden). Me gusta que lo hayas dividido en dos partes: una en la que has tratado de contar Madrid en tu propia vida y tu vida en la de Madrid; otra hecha de retales madrileños, porque no has renunciado a que quien te lea encuentre también la suya propia, provenga o no de Madrid, le guste más o menos esta ciudad. ¡Todo un acierto! ¡Buen retrato de Madrid! Me ha quedado claro tras su lectura tu predilección por La cartuja de Parma y por la obra del Galdós. Quizás algún día la lea… o no.

A mí me gustó más la primera parte, porque, aunque no se trate de un libro autobiográfico, he descubierto más cosas de ti, Andrés Trapiello, el escritor, la persona. Y dado que tú desvelas parte de tu vida personal en el libro, he querido yo también desvelar algo de la mía en este critiensayo o critiseña. (Si tú al Salón de los pasos perdidos lo llamas diarivela o novidiario, ¿por qué no habría yo de inventarme critiensayo o critiseña?). Voy terminando, como diría un parlamentario en la tribuna.

Con la lectura de MADRID he aprendido mucho, y con eso alimento mi espíritu. Sin embargo, aunque sé que quizás hayas querido hacer un homenaje a la ciudad, discúlpame si interpreto, equivocadamente o no, que la verdadera homenajeada es Miriam, tu mujer… y también tu familia, tus hijos, Rafael y Guillermo. No sin esfuerzo, has logrado algo que yo no he logrado: escribir mucho y muy bien y formar una familia. De las dos, envidio la segunda. Me hubiera gustado formar una familia, no he renunciado a ello, pero… Retomo aquí el preámbulo.

Decía que unas semanas antes del confinamiento de marzo y abril de 2020, estando yo de visita en un hospital, me di cuenta de que quería a Carmen. Este episodio me lo recordó un pasaje de tu libro en el que narras que un día te entró un dolor muy fuerte en el pecho y creías que te morías. Miriam te llevó en coche a las urgencias de un hospital y subiste los escalones de dos en dos porque estabas convencido de que te estaba dando un infarto… Yo estaba en el salón de actos del hospital Rey Juan Carlos I, en Móstoles, acompañando a mi padre, a quien iban a operar de la rodilla para ponerle una rótula de titanio. El cirujano explicaba a los pacientes en qué consistía la operación y les mostraba la prótesis que les iba a implantar —por cierto, gracias Dr. Bau, mejoró usted enormemente la calidad de vida de mi padre. En ese momento empecé a sentir un dolor muy fuerte en el pecho y me dio por pensar que qué paradoja era estar sentado en primera fila delante de un cirujano y que me diera un infarto allí mismo. No sé si me dio el infarto o no, pero sí sé que durante los eternos minutos que duró el dolor (de los que nadie se enteró, por cierto, ni mi padre que se sentaba a mi lado; no quise preocuparlo), la primera persona que me vino a la mente fue ella, Carmen: «Si me muero ahora, jamás le habré dicho que la quiero». Supongo que eso fue lo que, tras los meses de confinamiento por la COVID-19, me hizo escribirle una carta y declararme con toda sinceridad y en toda regla. Ya lo avancé al principio: ¡la cagaste, burlancáster! No la cagué porque ella dejara de ser amiga mía, al contrario. Creo que aquello reforzó más aún nuestra amistad. La cagué porque por enésima vez tuve que renunciar a mi sueño de crear una familia con las frustraciones que eso conlleva y bla, bla, bla. ¡Iluso! Carmen sigue siendo una buena amiga, un amor platónico o una musa… aunque también tengo otra musa, como ya referí. Su nombre es Marina. A Marina la conozco desde hace más años que a Carmen. Tenemos en común nuestras andanzas por el mundo: ella viajera, yo viajero. Compañeros de errabundaje que nunca tuvieron oportunidad de viajar juntos. Marina nació en Valencia, pero después de sus muchos viajes y residencias en el extranjero, ahora vive en Madrid. ¡Toda una historia la de su vida! A Marina también me declaré un par de meses más tarde, también sin éxito, aunque con un sincero refuerzo de la amistad. Por motivos distintos, es también mi musa.

Voy terminando, señorías. Decía que soy viajero, bueno, al menos lo fui y mucho. Sintetizo los últimos 25 años de mi vida —recuerda, Andrés, que toda síntesis es imprecisa—: de hablar varios idiomas, haber dado la vuelta al mundo y ser el anfitrión del presidente Giscard d’Estaing en un barco en Nueva Caledonia, he terminado viviendo con mis padres, trabajando de autónomo y escondiendo los libros de viejo que compro para evitar que mi madre me diga: «Pero, hijo, ¿otro libro más? ¡Me voy a tener que salir yo por la ventana!». ¡Pobres mis padres! Se lo debo todo, bibliomanía incluida.

Termino, señorías. Otra de las justicias poéticas que me han enternecido de tu libro es una a la que no quiero dejar de referirme aquí por el respeto que mi inspira. Está en la página 468. Hablando de los sucesos de Madrid, narras que mientras escribías el texto apareció la noticia del desprendimiento de una cornisa del edificio de la Consejería de Cultura del gobierno regional en la calle Alcalá que terminó con la vida de una turista coreana que paseaba por la acera tranquilamente. Al día siguiente, decías, esa noticia se habría olvidado. La gente seguiría transitando por esa acera sin acordarse siquiera de esa mujer de la que solo dijeron que tenía 32 años. Tú buscaste su nombre, Jihyun Lee, porque deseabas ponerlo en tu libro a modo de lápida. Le pusiste así marca a esa vida anónima entre las letras. Jihyun Lee, te han honrado de veras: pasar a la eternidad en un libro, descansar en paz tu nombre en una obra maestra… ¡Ya quisieran muchos para sí esa gloria!

Así que, Andrés, llegamos al final de este critiensayo imperfecto. No sé si la vida algún día se decantará por Carmen, el jardín andaluz, o Marina, el océano del mundo; enfrentarme al dilema de entrar en el jardín para cultivar las flores sin que la ortiga me queme y la espina me pinche o sumergirme en el océano para nadar en los sueños sin que me devore el tiburón. Jardín o flor u ortiga; océano, sueño o tiburón, no son estos más que retales de otras historias de Madrid, porque en Madrid nací. En cuanto al origen de mi nombre, eso te lo cuento algún día que nos conozcamos en persona. Por lo demás, si alguien más que tú alguna vez lee este texto y me toma por erudito a la violeta, digo alto y claro: ¡olvídense de mí… hay tantos otros muy superiores!

FE DE ERRATAS:
Leyendo la primera edición, cuidadísima, dicho sea de paso, me ha parecido encontrar las siguientes erratas que aquí consigno para quien competa:

  • Página 231, tercer párrafo, octavo renglón: «en su mayor eran», quizás se quiso decir «en su mayor parte eran»
  • Página 399, segunda columna, renglón 29: donde dice «loque» debiera decir «lo que»
  • Página 485, baile de números: el año de la película Deprisa, deprisa de Carlos Saura no es 1890 sino 1980 o 1981.
  • Página 490, otro baile de números en la primera columna, párrafo 2, la fecha de nacimiento de Antonio Díaz-Cañabate no es 1997, sino 1897.
  • Página 490, segunda columna, párrafo 2, donde dice «Cerventes» debe decir «Cervantes».
  • Página 511, primera columna, renglón 10, falta cierre de comillas en «antes morir que perder la vida» y apertura de comillas en «estar mal de la jícara».
  • Página 518, en el párrafo referido a la Virgen de la Paloma, en el renglón 5, falta una coma entre Asunción y Alba.

Tómense estas observaciones como mejora y no peora de las sucesivas ediciones. Quien esté libre de errata, que tire la primera letra. Vale.

Michael Thallium

Global & Greatness Coach
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