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La prisión de Ethel Smyth

The prison Ethel SmythEl 19 de febrero de 1931 podría haber sido un día como otro cualquiera y, de hecho, lo fue menos para quienes lo vivieron como excepcional. Un día antes, en España, el almirante Juan Bautista Aznar-Cabañas acababa de formar un nuevo Gobierno por encargo del rey Alfonso XIII. El almirante Aznar fue el último presidente del Consejo de Ministros antes de la instauración, apenas dos meses más tarde, de la II República tras unas elecciones municipales que hicieron las veces de plebiscito. El número de obreros parados por aquellas fechas era de unos 150.000 —ya lo quisieran para sí muchos políticos españoles y del mundo del siglo XXI. Sin embargo, aquel 19 de febrero fue un día excepcional para una mujer que se encontraba en Escocia, a miles de kilómetros de la capital española. Ethel Smyth —pronunciado ‘Ezel Smaiz’dirigía ella misma el estreno mundial de su obra La prisión en el Usher Hall de Edimburgo. Ethel la había estado componiendo entre 1929 y 1930. Tenía 72 años cuando la terminó. Aquellos años fueron de crisis mundial. Muchos años antes, casi cincuenta, en la década de los años 80 del siglo XIX, Ethel había hecho amistad con un escritor a quien conoció en Florencia. Henry Bennet (Harry) Brewster era angloamericano, aunque había nacido en París en 1850. Era uno de los descendientes del predicador anglicano William Brewster uno de los colonizadores que viajaron en el barco Mayflower rumbo a América en 1620. Harry introdujo a Ethel en el estudio de Sócrates, Platón y de los dramaturgos clásicos de la Grecia Antigua. Autodidacta, adinerado, pero nada pretencioso, Harry vivía, en muchos sentidos, apartado del mundo moderno. Su verdadera pasión intelectual eran la metafísica, la filosofía, las religiones orientales y la literatura francesa de la época. Harry y Ethel eran de temperamento y personalidades muy opuestos, pero disfrutaban acompañándose el uno al otro. Ethel era lesbiana y Henry fue uno de los pilares de su vida. Aunque no era dramaturgo, ayudó a Ethel en la elaboración de los libretos de sus tres primeras óperas. Fueron amigos hasta la muerte de Harry en 1908.

En 1891, H.B. Brewster publicó The Prison: A Dialogue, un diálogo platónico entre cuatro amigos que se reúnen para leer un texto recientemente descubierto y que, supuestamente, ha escrito un prisionero en la víspera de su ejecución. Para comentar los problemas filosóficos que encuentran en el texto, cada lector pone voz a un método filosófico distinto: supranaturalista, neoplatónico, cristiano y positivista respectivamente.

Cuatro años después de la muerte de su amigo, en 1912, Ethel había sido detenida durante la campaña de las sufragistas, como socia del Sindicato Social y Político de Mujeres la Sra. Pankhurst. La juzgaron y la sentenciaron a dos meses en prisión en la cárcel de Holloway por haber cometido el delito de lanzar piedras a la casa del Secretario Colonial habiendo roto una de las ventanas. En la cárcel pasó sólo tres semanas, suficientes para organizar un coro de compañeras sufragistas, también prisioneras, quienes cantaron su Marcha de las mujeres en el patio de la prisión mientras Ethel las dirigía moviendo un cepillo de dientes a modo de batuta entre los barrotes de su celda.

Durante la Primera Guerra Mundial, Ethel empezó a notar los primeros síntomas de una incipiente sordera y de una audición distorsionada que cada vez más le dificultaban dirigir sus propias obras o mantener conversaciones. Durante esos años, también perdió muchos contactos profesionales y oportunidades de interpretar sus obras. Tras la guerra, en 1919, con el coraje típico de quien afronta con valentía los desafíos vitales, Ethel decidió «afinar su segunda cuerda» y comenzó a escribir libros —diez en total— de memorias, viajes y retratos biográficos. Los libros se convirtieron en su nuevo propósito de vida: le traían ingresos, nuevos amigos… Entre esos nuevos amigos se encontraba Virginia Woolf, a quien conoció en 1930. Surgió un nuevo público que sabía valorarla como escritora, incluso en América del Norte. Creía que su carrera como compositora estaba condenada al silencio, un silencio que cada vez se hacía más evidente y lo llenaba todo…

Ethel Smyth Salzburg

En 1925, Ethel se embarcó en una agotadora gira de seis semanas por Grecia. En aquellos días, todavía le embargaba un sentimiento de pérdida; la muerte le daba pavor. En la preparación de ese «viaje a la antigüedad», Ethel estudió las traducciones al inglés de los Himnos homéricos, Hesíodo, Fedro, Hipólito… Fue entonces cuando releyó el libro que su querido y difunto amigo Harry había publicado en 1891, The Prison: A Dialogue. Cinco años más tarde, en 1930, la obra se reimprimió con una memoria de HB Brewster escrita por Ethel.

La relectura del libro la llevó a componer, ya sorda, la que fue su última gran obra, La prisión, una sinfonía para voces e instrumentos. Para su sinfonía, Smyth eliminó los comentarios del libro de Harry, aunque retuvo el concepto del diálogo derivado de las propias palabras del Prisionero. El Prisionero (bajo-barítono), confinado solitariamente y sufriendo un tormento interior, a pesar de ser inocente, conversa con su Alma (soprano) acerca del inminente final de la vida y de cómo prepararse mejor para afrontarlo. Por medio de la contemplación y de la conducta ética, el Prisionero aspira a separar el yo del ego para liberar la mente, el cuerpo y el alma prisioneros de las cadenas del deseo. De ese modo obtendrá la liberación espiritual.

La partitura de La Prisión está encabezada por las que se suponen que fueron las últimas palabras de Plotino, el antiguo filósofo griego al que Harry tanto admiraba:

Estoy esforzándome por hacer elevar lo que de divino hay en nosotros a lo que hay de divino en el universo.

Sin embargo, en una nota al programa del estreno de La prisión, Ethel escribió que utilizaba el título de ‘sinfonía’ en minúscula, porque denotaba más una antigua idea griega de ‘concordancia’ de sonidos dulces y no tanto  el género orquestal de la sinfonía. No es ni sinfonía coral ni sacra. En muchos sentidos, esta obra es un recuerdo del pasado, del pasado de Ethel Smyth, muy simbólico e íntimo. Aparecen fragmentos de obras anteriores: una coral alemana a cuatro voces Schwing dich auf zu deinem Gott, que compuso en Florencia cuando conoció a Harry y a quien se la dedicó. Ahora se convierte en el Preludio coral en la capilla de la prisión, entre las Partes I y II de la sinfonía.

Ethel ya solo podía escuchar los sonidos de la naturaleza en su imaginación. En la Parte I, titulada Cercano a la libertad, aparecen el ‘piar de las golondrinas’ y el ‘canto del tordo’.

En la Parte II, Liberación espiritual, Ethel utiliza unas melodías modales de la antigua Grecia que había anotado cuando estuvo en el museo de Esmirna durante su viaje por aquellas tierras. Ethel utiliza la melodía del Epitafio de Sícilo para producir un maravilloso efecto arcaizante mientras el coro canta la indestructibilidad de las pasiones humanas.

Hacia el final de la partitura, Ethel inserta la melodía militar de The Last Post, un emblema de las ceremonias funerales. Para Ethel, hija de un general y criada al lado de una base militar, esta melodía tenía mucho sentido. La muerte de Harry aún la perseguía. No en vano, en el postludio, el Prisionero pronuncia las palabras de Harry:

…¡que haya banderas y música! Esto no es una despedida…
 Soy la alegría y el pesar –…la risa y el orgullo–
El amor, el silencio y la canción.

Aquel 19 de febrero de 1931, cuando Ethel Smyth tomó la batuta, venció todas las adversidades y dirigió La Prisión: se liberó. Cinco días más tarde, Adrian Boult dirigió el estreno londinense en el Queen’s Hall. Ethel viviría trece años más; falleció en 1944 a los 86 años. Quienes quieran escuchar una espléndida interpretación de esta obra, que presten oídos a la magnífica grabación que han hecho en 2020 —el año de la pandemia y del confinamiento— James Blachly al frente de la Orquesta y Coro «Experiential» junto con la soprano Sarah Brailey y el bajo-barítono Dashon Burton.

Michael Thallium

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