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Y seréis buenas madres

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“¿No haríais igual vosotras? Si fueran a mataros mañana con vuestro hijo, ¿no le daríais de comer hoy?”, eso escribió Primo Levi allá por 1958 en Si esto es un hombre. Primo es un nombre extraño para un hombre. Quizás no en italiano, pero sí en español. Amén de significar el primero y también de ser el hijo del tío de una persona, suele referirse a alguien incauto que se deja embaucar con embelecos. Primo Levi no era un primo. Era inteligente, era un sabio. De él supe hace años leyendo Elogio de la imperfección de Rita Levi Montalcini… otra sabia. Pero no es de Rita ni de Primo Levi de quien quería hablar, sino de lo que Primo dejó escrito al referirse a las madres en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Y yo os lo repito ahora a vosotras, madres del siglo XXI: si fueran a mataros mañana con vuestro hijo, ¿no le daríais de comer hoy? Os lo pregunta alguien que mientras escribe estas palabras escucha de fondo, cómodamente en el salón de su casa, las Canciones de cuna op. 110 de Weinberg. Las canta Channa Malkin, una joven madre cantante. ¿Le daría ella también hoy de comer a su pequeño? Pero tampoco quiero hablar de Channa ni de su hijo. Me dirijo a vosotras, mujeres que vivís cómodamente en vuestros hogares, ¿les daríais de comer a vuestros hijos si supierais que mañana os matarán con ellos?

¿Y Adina? ¿Le dará de comer a su hijo hoy? A Adina no la conocéis. No la habéis visto jamás, como tantas otras personas tampoco la han visto nunca. No. No le dará de comer hoy. Tirada en el suelo mira a su hijo. La acaban de violar. Violar es una palabra aséptica: acaban de desgarrarle la entraña. Sabe que mañana los matarán a los dos. No, hoy no le dará de comer. El dolor y la desesperanza le impiden hacer un último acto de compasión. ¿Es una mala madre? Le viene un recuerdo absurdo a la cabeza: un parque apacible, con árboles y hierba verde bien cuidada, al que un sol otoñal baña en el silencio de la siesta. De aquel parque hoy no queda nada sino abrojos. El pequeño la mira con el pasmo de quien no comprende nada. Gatea hasta alcanzar el rostro de su madre. Adina no tiene fuerzas. La guerra le ha quitado muchas cosas. También le arrebató al padre de su hijo hace unas semanas. Lo mataron en el umbral de la puerta de la casa en que vivían mientras el pequeño dormía. Adina vio cómo le descerrajaban dos tiros: uno en el corazón y otro en la cabeza. Ahora ya no vive en una casa. Ni siquiera vive. Malvive. No le queda más que esperar la muerte. Ya ni el miedo puede apoderarse de ella. El pequeño, hambriento, busca una teta a la que agarrarse. No. Adina no le dará de comer hoy. El recuerdo de aquellos árboles y de esa hierba bien cuidada y verde se desvanece…

Y vosotras, mujeres al cobijo de vuestros móviles y ordenadores, ¿no seréis buenas madres y les daréis hoy de comer a vuestros hijos?

Michael Thallium

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