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Joputas, haberlos haylos

AMADÍSEntiéndase: no son los tiempos que corren, sino en los que uno quiera creer. Se pelearon por dos mujeres, más bien por dilucidar cuál de ellas estaba más buena. Se liaron a hostias. Se dieron de cuchilladas e hirieron los cuerpos hasta que uno de ellos quedó desarmado. Entonces, al verse éste en peligro de muerte, agarró una vara de hierro macizo que había en el suelo, y le asestó al contrincante tal golpe en la cabeza que le abrió los sesos dejándolo fulminado. Mirándolo mientras aún resollaba por el esfuerzo de la pelea, aunque ya no pudiera oírlo, le gritó: ¡A ver ahora quién está con la tía más buena, joputa!

Perfectamente podría ser este el relato de un suceso, de una noticia en cualquiera de los periódicos que uno aún puede comprar en papel, aunque a falta de papel, buenas son pantallas digitales. Uno se ha hartado de oír cuando era estudiante —y de eso hace ya más de veinticinco años— que la mejor literatura se escribe en los periódicos. El bulo sigue corriendo como la pólvora. La mejor literatura se encuentra en los periódicos, dicen. Pues bien, yo digo que la mejor literatura, de estar en algún sitio, está en los libros. Alguien podrá decir que no, que las mejores plumas están en la prensa escrita. Y, claro, excepciones siempre hay, al igual que también hay libros malos. De hecho, creo que no ha habido mayor cantidad de libros malos en la historia de la literatura como los que hay ahora que se publica tanto más por la cantidad que por la calidad. Porque ahora escribe todo quisque. Sin embargo, de calidad… no tanto o más bien poco. Aún así, el fiel de mi balanza vital se inclina más favorablemente hacia los libros que hacia los periódicos. Y aún más favorablemente a los libros de antaño que a los de hogaño. Y no tiene nada que ver con una nostalgia de hombre que piensa absurdamente que todo tiempo pasado fue mejor. No. No hay más que leer para darse cuenta.

En cualquier caso, los sucesos del siglo XXI, en esencia, tampoco se diferencian mucho de los de hace seiscientos o setecientos años. Sin ir más lejos, el suceso con el que empecé este artículo bien podía estar sacado de Amadís de Gaula, caballero que se pasaba los días en justas dando mandobles, quebrando lanzas, cortando brazos y piernas a cercén, hendiendo cabezas hasta las quijadas por ver qué doncella era más bella que Oriana o le concedía un don. La diferencia es que ahora, en lugar de ir en caballería, se va en coche, y las lanzas, espadas, escudos y venablos son de otra índole… de las doncellas, ya ni hablo. Eso sí, los joputas, haberlos los había entonces y haberlos hoy, también haylos.

Michael Thallium

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