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Carta breve al poeta Andrés Trapiello

Querido Andrés:

He encontrado la llave que dejaste debajo del felpudo de la vida y con ella he abierto el silencio al que dices damos nombre de pájaros, de viento entre las ramas, del agua que fluye afanosa por la acequia del soñar humano. Estaba allí, intacta, y no hubo desengaño: me sirvió a mí solo, como sólo a Cenicienta le sirvió el zapato de cristal. He vuelto a dejarla en el mismo lugar por si a alguien más le sirve para encontrar la horma de sus sueños, que no son sino sueños de muchos otros, como la poesía es de todos, aunque solo unos pocos la escriban, otros cuantos la lean y la mayoría no la aprecien. Quiero decir que he leído, que he vivido, La Fuente del Encanto, ese hontanar del que manan más de cuarenta años de una vida poética, la tuya, que apenas conozco más que por este libro que llega como un pan recién horneado cuyo hurmiento, estoy seguro, has heñido laboriosamente en silencio, con amor de panadero y oficio de poeta, aunque eso sea una verdad indemostrable. Y también sé que te hubiera gustado pasar más tiempo de obrador en la tahona para sacar al aparador el pan perfecto. Pero, ya lo sabemos, la perfección es una inacabable sucesión de instantes, como la vida, que duran más que toda esa desconocida eternidad que nos aguarda.

Andrés Trapiello - La Fuente del Encanto

Te confieso que temo leerte, pues cada vez que me encuentro con uno de tus libros, aparto otros que ando leyendo —en esta ocasión le tocó a Otra modernidad, el libro de Miriam sobre Ramón Gaya, a quien tú tanto admiras (prometo retomar su lectura en cuanto termine de escribir esta carta)— y, al terminar de leer el tuyo, aumenta sin remedio mi biblioteca personal con algún nuevo ejemplar de viejo. Por La Fuente del Encanto han llegado dos más: la Tercera antolojía poética de JRJ y otro que conoces muy bien, El arca de las palabras. Este último se lo compré hace un par de días al hijo mayor de los Gulliver en la Cuesta de Moyano… Pero para qué seguir con anodinas confesiones de bibliómano.

Ya lo he contado en alguna otra parte. Llegaste a mi vida por casualidad y no hace tanto, hará algo menos de seis años. Tu nombre hasta entonces para mí desconocido me llegó por amor, quiero decir que fue por una mujer a quien yo intenté ligarme sin éxito. CGC es pintora y me recomendó Las armas y las letras. Al igual que había hecho muchos años antes cuando por un amor secreto de adolescencia me leí la Divina comedia —ella se llamaba Beatriz, como la de Dante—, por Carmen me leí Las armas y las letras. Y ese libro tuyo me llevó a otros muchos de otros autores. Gané una amiga, perdí un amor; aumentaron los libros y menguaron los caudales.

Cada vez que he descubierto un libro tuyo he ido atando cabos y conociéndote un poco más. No soy, empero, un iluso y sé que conocer a alguien por lo que escribe es quedarse sólo con la punta del iceberg. La vida de una persona va mucho más allá de las palabras así como la poesía va más allá de los versos. Lo que quiero decir es que apenas nos hemos visto dos veces. De la primera no eres siquiera consciente. Fue en la presentación de MADRID —libro que te salió redondo— en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. No me acerqué a saludarte por aquello de no molestar y porque, me dije, ya habrá ocasión de encontrarme con él de un modo natural, igual que nace el verso. La segunda fue en el Auditorio Nacional. La música es algo que nos une, eso también lo he descubierto en tus libros. Allí sí que pudimos charlar, aunque en el fondo ignorabas quién yo era. Y está bien así. Quiero decir que a las personas se las va conociendo poco a poco como el sol de la mañana entra por la ventana e impregna de luz los sueños del día.

Primero fue, como ya he dicho, Las armas y las letras, luego vinieron las novelas Ayer no más, Los confines, Días y noches. Después llegaron MADRID y tu traducción al castellano actual de El Quijote. Hace apenas un par de meses le tocó el turno al primero de tus Spp que leo, Quasi una fantasia. Permíteme decirte que este diario novelado es pura poesía, una verdadera novela poética. El ejemplar que tengo parece ya un libro de viejo por lo manoseado y garabateado que lo he dejado. A estas lecturas, añado mi cita semanal todos los viernes desde hace casi un año con tus Figuraciones en El Mundo que se han convertido para mí en un modo de medir el paso del tiempo.

Andrés Trapiello - Quasi una fantasia

Como ves, no soy ningún experto en tu obra. Sólo disfruto lo poco que de ti he leído. Aunque digo más, eres el único escritor vivo que —junto con Juan Bonilla, a quien bien conoces— releo asiduamente. Por lo demás, soy lector de escritores muertos y, casi siempre, preteridos.

Pero regresemos al encanto de tu fuente poética. Ha sido para mí un placer y sorpresa ver presente a Miguel d’Ors en tu último libro. Casualidades de la vida, a él también le escribí una carta aquí poco antes de que empezara el confinamiento en 2020. A finales de febrero de ese año, me leí del tirón sus Poesías completas 2019. Me encantó y emocionó. Fue la primera vez que leía un libro entero de poesía en mi vida. A lo más que había llegado antes era a leer poemas sueltos. Hace poco también leí otro, mucho más breve, Horizonte de sucesos, de tu amigo JB. Y ahora, el tuyo. Ahora sé que no eres partidario de recitar tus poemas, que prefieres que la poesía se lea en silencio o, a lo más, recitárselos a Miriam, Rafael y Guillermo o quizás a algún amigo al teléfono. Te advierto de que quizás algún día, no obstante, te llegue alguno de ellos, «tembloroso de pura belleza», al oído recitado por mí.

Y al igual que tú no puedes sustraerte a la prosa diaria de la vida ni a las consideraciones de orden político, no voy tampoco yo a sustraerme a la «política poética» ni a tus batallas políticas. Que para muchos resultas polémico es obvio. No voy a ser yo quien salga a defenderte, porque de sobra sabes tú hacerlo, y muy bien, solo. Creo que con todo lo dicho anteriormente, por si alguna duda hubiera, queda patente mi apoyo. Por ti he conocido y leído a Castillejo, a Campoamor, a Chaves Nogales, a Fortún y a tantos otros. A buen entendedor, palabras sobran. Obras son amores y no buenas razones.

Sólo un pequeño apunte más sobre La Fuente del Encanto. Al leer algunos pasajes, retrocedía en las páginas porque tenía la sensación de haberlos leído antes en ese mismo libro, aunque no los encontraba. Me equivoqué. Mi duda quedó resuelta al terminarlo y leer tu nota final: habían aparecido en otros libros tuyos que ya había leído.

Voy despidiéndome, Andrés, felicitándote por el logro de tu vida poética y de tu familia a quien he ido conociendo por tus libros. Tú encontraste a Miriam. Ojalá yo hubiera encontrado mi miriam también. De Carmen ya te he hablado. De Marina aún no. Pero esa es otra historia, un mar de amores, en el que tendría que zambullirme ahora y no hay espacio ni tiempo, porque esta carta a un poeta quiere ser breve. Y en cualquier caso, al poeta tampoco le hacen falta razones para comprender los amores.

Tu obra deja relejes a quien quiera recorrer el camino de una vida poética. «La poesía no solo canta lo que se pierde, sino que se escribe para que no se pierda en el olvido lo que ha sido hermoso, y de la belleza que hemos conocido nadie puede prescindir, porque forma parte de la que está por llegar.» Ya lo dije al principio, he vuelto a dejar la llave debajo del felpudo de la vida para que quien quiera pueda seguir abriendo las puertas de la poesía.

Algún día te irás, pero qué forma de quedarte.

Michael Thallium

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