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El Trío Arbós: una locura con amor, música y regreso a casa

“Enviar la luz al corazón del hombre, ese es el deber de un artista.” – Robert Schumann

El Rin, ese río al que tanta música había dedicado, lo ahoga. De hecho, él quiere ahogarse. Aquella tarde lluviosa del 27 de febrero de 1854, Robert Schumann (1810-1856) decide acabar con su sufrimiento arrojándose desde un puente al río protagonista del segundo movimiento de su Tercera Sinfonía. Su camisón, verde y floreado, ondula henchido por las gélidas aguas del Rin a su paso por Düsseldorf. Quizás esas aguas apaguen definitivamente los horripilantes sonidos que machacan su cabeza. Unos pescadores lo habían visto saltar. Acuden rápidamente a salvarlo ignorando que, al sacarlo del agua, no hacen más que devolverle el sufrimiento. Schumann quiere que la vida se apague. Forcejea. Todo había empezado hacía un poco más de dos semanas. Primero fue una migraña con aura, luego un la persistente que resonaba constantemente en su cabeza; todos los sonidos que oía se convertían en música para él. En ese delirio acústico, incluso sintió que los ángeles le dictaban una melodía, y sobre ese “tema angelical” escribe cinco variaciones cuando la lucidez se lo permite. Las variaciones del fantasma es la última obra que Schumann escribe y se la dedica a su mujer, la genial Clara Schumann (1819-1896). Pero, ¡ay!, los ángeles se tornan demonios, seres supraterrenales, seres subterráneos, tigres y hienas. Cuando los pescadores lo sacan del agua, lo llevan en volandas de regreso a casa entre el tumulto. Es carnaval. La gente se burla de él… La locura se disfraza muy bien entre la algarabía de antruejo. Schumann está espantado, se tapa la cara con las manos. No quiere ver, pero su hija mayor, Marie, de 12 años, lo ve regresar de esa guisa de espanto. No volvería a verlo nunca más. Dos años más tarde, Schumann muere a los 46 años consumido por la locura y la sífilis en un manicomio de Endenich. En su día, la mayoría de personas consideraban que la música de Robert Schumann era “extraña”. Clara Schumann dedicó el resto de su vida -40 años más- a difundir la obra de su marido…

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Trío Arbós, marzo de 2018

…Y tuvieron que pasar más de 160 años para que el Trío Arbós se arrojara al agua de los conciertos organizados por la UAM en el Auditorio Nacional de Madrid con un experimento único en el mundo: interpretar el Trío n.1 op. 63 de Schumann intercalando sus movimientos con las Escenas extrañas (Fremde Szenen) del alemán Wolfgang Rihm (1952), de quien el Trío Arbós dice ser un compositor del siglo XIX en el siglo XXI. ¡Menuda locura! ¡Una hora y veinte minutos de música de cámara sin pausa! Sin embargo, el experimento que aconteció el 3 de marzo de 2018, mereció la pena. La obra de Rihm es una obra “extraña” para quienes no estén familiarizados con su lenguaje musical solo quienes tengan un oído muy fino y educado percibirán todas esas similitudes y coincidencias entre las dos obras, pero es toda una declaración de amor a Schumann. La intercalación de ambas obras me sumergió en esa evocadora imagen de Schumann ahogando su sufrimiento en el Rin, forcejeando por apagar su vida mientras unos pescadores creían salvársela. Schumann, el ángel; Rihm, el fantasma. Juan Carlos Garvayo (piano) construye un armazón pianístico en el que la enérgica Cecilia Bercovich (violín) y el sereno Jose Miguel Gómez (violonchelo) se mueven a su antojo, dialogando, jugueteando. Garvayo y Gómez tiran de la rienda; Bercovich hace una ardiente corveta. Entre los tres demuestran la conjuntada enseñanza del paso, el trote y el galope. Un toma y daca musical y apasionado, aderezado con “extraños” recuerdos de locura… La entremezcla de Rihm y Schumann, deja una especie de angustia no resuelta al terminar el experimento. El público aplaude, y el Trío Arbós resuelve genialmente esa angustia al regalar un arreglo de Theodor Kirchner (1823-1903) de Ensueño, esa hermosísima pieza de Escenas de niños que Schumann compuso para piano en 1838, ignorante aún de su funesto destino. Ese Ensueño restauró la paz e inocencia infantiles. Alguien del público hasta meditó con esa propina. Yo lo vi, lo juro. La locura solo fue un sueño, un mal sueño. El Trío Arbós nos llevó de vuelta a casa con un suspiro: hogar dulce hogar.

Michael Thallium

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