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Téxum

Mi propensión a desentramar el origen de las palabras viene de los años en que era un escolar cuya consueta manía de buscar en el diccionario el significado de los vocablos con que me topaba, me daba cierto aire sabihondo de repelente niño Vicente. Por eso, cada vez que encuentro una palabreja cuyo significado ignoro, me lanzo encalabrinado a hojear diccionarios o enciclopedias –en los últimos tiempos también me enredo por la Internet– para esculcar el término origen de mis desvelos etimológicos. Eso es lo que me ha ocurrido con la palabra téxum, que entró muy recientemente a formar parte de mi vida por pura casualidad y que ahora se ha convertido en objeto de mis pesquisas.

Hace unos días, una noche de sábado otoñal con chaparrón incluido, me cité para cenar con un amigo de los años escolares al que hacía tiempo que no veía. Teniendo en cuenta que cada cual venía de su respectiva ciudad dormitorio y que el lugar de encuentro era el jacarero centro de Madrid, no hace falta decir que cumplimos con el ritual de todo paleto –ahora se dice turista o visitante– y convenimos en citarnos en la Puerta del Sol, frente al Oso y el Madroño. Poco original, sí, pero vistoso y consuetudinario. Y allí que acudí, en compañía de otro amigo, bajando por la calle de Preciados no sin antes desviarme de la cáfila para aliviar los impulsos letrinarios de mi vejiga y hacer pis en los aseos de El Corte Inglés, destino final del té Monjes del Tibet que había tomado media hora antes en una tetería de la calle de San Joaquín. Del elegante bacín con música ambiental y megafónicos anuncios, pasamos a la matracalada de la Puerta del Sol. Y allí, enfrente del oso y del madroño, vimos al amigo escolar David Jiménez Jiménez –con bastantes años más, evidentemente­– acompañado de la esposa por quien yo tenía interés en conocer, al fin, y dos adminículas amigas.

Mi amigo se había casado seis meses antes y yo no había podido asistir a la boda, porque me encontraba dando la vuelta al mundo por aquellas fechas –dicho así, no ir a la boda de un amigo porque estás dando la vuelta al mundo, resulta un poco frívolo y más de uno podría pensar que de entre todas las excusas para no ir a una boda y evitar tener que rascarse el bolsillo ésta es la menos verosímil, pero es la purita verdad–, y no pude entonces ni tampoco antes conocer a quien iba a ser la esposa de mi amigo. El caso es que esa noche sabática por fin la conocí. Una mujer alta, muy alta, de pelo largo negro, de una sonrisa delicada y una mirada transparente que denotan una bondad digna de quien la había desposado.

Después de la típica conversación, a pie de madroño, de los amigos que no se ven desde hace tiempo, nos pusimos todos de acuerdo en ir a cenar a un restaurante de cocina tailandesa. Fue durante la cena cuando apareció la palabreja de marras. Al pedir yo la dirección de correo electrónico de mi amigo desposado, este me alcanzó una tarjeta de visita en la que aparece el nombre del centro fisioterapéutico de el que él es director comercial: Téxum. Al principio pensé que esta palabra era solo un nombre comercial e inventado. De hecho, no fue hasta que eché un vistazo a la página web de Téxum que descubrí que, al parecer, se trata de una palabra griega equivalente a arte. Al menos eso es lo que afirma Samuel Jiménez Jiménez, fisioterapeuta y hermano de mi amigo, en la página web citando los Diálogos de Platón, un diccionario filosófico de J. Ferrater Mora y la Teoría del conocimiento de Diego Sánchez Mora. Claro está, tardé muy poco en ponerme a buscar en el diccionario y en la enciclopedia. Mi sorpresa fue que no encontraba esa palabra por ningún lado.

Entonces, me enredé, internáuticamente hablando, y descubrí, a saber: que hay un grupo de música country noruego que también se hace llamar Téxum y que igualmente se llama una ciudad de Oregón, en los EE. UU.; que, en Alemania, también llevan ese nombre dos empresas, una de Potsdam y otra de Otterndorf.; y que también hay una empresa estadounidense en Newport Beach, Texum Technology Inc., que fue absorbida por otra llamada Synoptek. Sin embargo, ni rastro de las griegas huellas etimológicas que andaba yo buscando.

Dado que lo que más se encuentra uno en la Internet son referencias al Centro Téxum de mi buen amigo recién casado y de su hermano fisioterapeuta, concluí que, en cualquier caso, esta palabreja también era un original y efectivo nombre comercial. Sin embargo, también confieso mi ineptitud para documentar etimológicamente el significado de este término de origen griego –si este fuera latino, podría asociarlo con el texum procedente de texere, “tejer” o “tejido” y que dio origen a numerosas palabras como textil, texto, textura, textorio, textual, textualista– y no me queda más remedio que recurrir al urgente recurso axiomático del matemático, es decir, dar por incontrovertibles y evidentes las explicaciones que, al respecto de esta palabra, da Samuel Jiménez Jiménez en www.texum.es. En esencia, texum es la combinación de la vocación, del conocimiento profundo de una materia y del aprendizaje.

 Ignoro las motivaciones últimas de estos dos hermanos a la hora de abrir este centro fisioterapéutico, pero me atrevo a conjeturar que ejemplifican la vocación, el conocimiento profundo y el aprendizaje de ese extraño arte que consiste en curar por medios naturales como el aire, el agua, la luz u otros mecanismos como el masaje, la gimnasia… La base de mi conjetura es que soy sabedor de que hace ya bastantes años, el padre de David y Samuel sufrió un infeliz percance tras una operación a raíz del cual quedó sin movilidad y sin habla. No sé si este hecho fue la causa o el acicate para la creación de esta empresa a la que denominan Téxum. De lo que no me caben dudas es de que el amor por su padre les une y les hará medrar en el empeño por ayudar con vocación, conocimiento y aprendizaje a quienes lo necesiten. Ojalá hubiera más texum en nuestras vidas.

Michael Thallium

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