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El arte de Iván Pochekin

A él primero lo conocí a través de los ojos de gato de su hermano Mikhail. No hay mejor carta de presentación que la de un hermano que te admira y te respeta. Desde aquella mañana nevada de domingo en que conocí a Mikhail, supe que el arte de Iván Pochekin habría de ser algo extraordinario. Primero fueron los comentarios de afecto, luego las grabaciones que Mikhail me prestó para que escuchara a su hermano tocar la viola y el violín. Pasó más de un año hasta que lo conocí en persona. Antes pude conocer a la madre y al padre de los dos hermanos: Elena y Yuri. Una familia en la que el arte y la música lo inundan todo. A Iván lo vi por primera vez en Madrid cuando Mikhail presentó la grabación de las seis Partitas y Sonatas de Bach para violín solo en el Ateneo. No cruzamos muchas palabras, pero Mikhail ya me había contagiado desde hacía meses esa admiración sincera que uno siente ante el artesano, ante el artista, ante el verdadero músico que no solo toca un instrumento, sino que comprende la música y la transmite con toda hondura a quien la escucha. Luego pasaron unos cuantos meses más, quizás medio año, hasta que lo vi de nuevo en Madrid. Eran las Navidades de 2019. Iván y Mikhail y yo nos habíamos embarcado en una aventura solidaria para recaudar fondos en beneficio de ACTAYS y de los niños con enfermedades neurológicas del Hospital del Niño Jesús. Los dos hermanos ofrecieron un concierto que quedará grabado en la memoria de todas las personas que asistieron aquel 21 de diciembre al Auditorio Sony de Madrid.

Luego tuve oportunidad de conocer a Iván un poco más de cerca, de darme cuenta de que en el artista también se halla una persona campechana quien, al igual que yo —y eso es algo que nos une “peligrosamente”—, disfruta del buen comer y de la conversación con una buena copa de vino. Iván es humano. Muchas veces nos deslumbra ver como un artista de la talla de Iván Pochekin desliza la mano izquierda indistintamente por el mástil del violín o de la viola con una precisión digital asombrosa mientras la mano derecha parece conjurar el arco que frota las cuerdas con movimientos de embrujo de los que brotan sonidos, desde el más horrible y desgarrador hasta el más bello y extraordinario, sin esfuerzo aparente. Ivan Pochekin combina con maestría excepcional los colores y matices de su paleta sonora para crear esos lienzos musicales al óleo de melodías que emocionan, que llegan a lo más hondo de quien las escucha. Iván convierte el escenario en taller de artesano donde se fragua la entraña del sonido y emerge la obra de arte.

Ivan Pochekin Shostakovic Es

Ahora lo último de Iván que ha llegado a mis manos y oídos es la grabación de los dos conciertos para violín de Dmitry Shostakovich. La música de Shostakovich es desgarradora, desesperanzada y en algunos momentos bella. Seguramente, llegarán musicólogos y especialistas que escriban sobre este álbum y sobre el arte de Iván Pochekin, que den su opinión y lo encumbren o desechen según el gusto de cada cual. Por lo que a mí respecta, el homenaje más sincero que puedo hacerle al artista es decir que hoy cobran todo el sentido las palabras de admiración, respeto y afecto que en su día supo transmitirme su hermano Mikhail, porque Iván Pochekin ha logrado que esta grabación de los dos conciertos para violín de Shostakovich sea, por muchos años, la grabación de referencia.

Michael Thallium

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