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Stephen R. Covey escribió a finales de los años 80 un libro que lo popularizó: Los 7 hábitos de la gente altamente eficaz. Yo lo he leído, releído y puesto en práctica. Igualmente, recomiendo El 8.º hábito de este mismo autor.
Stephen R. Covey ha estado de gira por Egipto y lo entrevistaron en un programa de televisión para hablar sobre la escucha activa. A continuación dejo el enlace a esta entrevista que está en árabe e inglés sin subtítulos en español. Solo dura 6 minutos, si entiendes inglés, habrá algunos fracmentos que comprenderás. Me pareció interesante divulgarlo.
Alyawmyat – Stephen R. Covey on how to listen
¿Cuál es el peor testimonio que jamás puedas conseguir? La respuesta es sencilla: aquel que te olvidas de pedir.
A algunas personas – especialmente quienes empezamos una nueva empresa o proyecto – nos entran los nervios escénicos y las dudas cuando hemos de pedir opiniones o testimonios a nuestros clientes, sobre todo, si queremos obtener esos testimonios que son tan estupendos y que nos confirman que estamos en el buen camino. Ante este canguelo emprendedor, muchas veces evitamos pedir esos testimonios pensando que molestamos o, lo que es peor, que no somos los bastante buenos. Justo ese es el problema, porque los testimonios de otras personas sobre el trabajo que haces es una de las mejores maneras de que otras personas confíen en tu marca, especialmente en Internet.
He aquí cinco consejos, que tomé de Keith Ferrazzi, para no perder jamás una oportunidad ni obtener un testimonio vago o poco entusiasta.
1.º No temas preguntar, dicho de otro modo, ¡pregunta! En el peor de los casos lo único que van a responderte es “no”. Cuanto más preguntes, más conseguirás. Y si resulta que con el tiempo te das cuenta de que se te hace muy difícil encontrar a personas que tengan una experiencia positiva con tu marca, entonces escucha la señal de alarma que te indica que has de examinar el producto o servicio que ofreces a tus clientes.
2.º Construye una relación personal. Es posible que haya algunos clientes que se resistan a ver su nombre escrito en cualquier tipo de contexto publicitario o de mercadeo. Sin embargo, cuanto más les importes a ellos, tanto tú como el éxito de tu empresa, más probable será que accedan a dar su testimonio – particularmente si les dejas claro que su testimonio marcará la diferencia. Sé transparente con tus clientes sobre la posición en que está tu negocio y pídeles su apoyo.
3.º Pide opinión a las personas con quienes tratas en tu negocio. Si te acostumbras a pedir opiniones a tus clientes, crearás confianza y cultivarás la relación al mismo tiempo. Para no olvidarte de ello, convierte en hábito lo de pedir un testimonio cuando llegues a un acuerdo o hayas entregado un producto u ofrecido un servicio a tus clientes.
4.º Guíalos. Incluso aunque el cliente haya tenido una gran experiencia contigo, eso no significa que sepa comunicarlo a los demás. Ayuda al cliente dándole algunos ejemplos de citas con las que puede trabajar, pero déjale muy claro que quieres que su testimonio sea sincero. Podrías decirle algo así como “Sé que estás ocupado, así que para facilitarte las cosas, me gustaría darte algunos ejemplos de testimonio – lo que sueño que digan de mí los clientes. Entonces adáptalo a tu experiencia según veas. Por favor, sé franco.”
5.º Conoce los valores del producto o servicio que ofreces. Si no estás seguro de como presentar esos brillantes ejemplos de testimonio, haz una lista con los valores del producto o servicio que ofreces. Quieres testimonios que hablen de concretar, de obtener resultados convincentes que se corresponden con los valores de esos productos o servicios que ofreces.
Adelante, ¡pide el testimonio de alguien hoy!
Dime, ¿cuál es el mejor testimonio que jamás conseguiste y por qué?
Michael Thallium

¿Qué tal si empezamos con una sencilla premisa? Los jefes son humanos. Con frecuencia necesitan ayuda para darnos lo que requerimos para ser buenos empleados, lo cual conlleva que tienes que estar preparado para pedir esa ayuda. He aquí tres maneras de prepararte para mantener esa difícil conversación con el jefe, conseguir lo que quieres y, además, fortalecer vuestra relación:
1.º Supera la frustración del pasado y separa los asuntos personales de los asuntos que realmente atañen al trabajo. Concéntrate en lo que necesitas para hacer mejor tu trabajo. Procura plantear el asunto con positivismo y de forma asertiva: “Quiero mantener una conversación contigo/usted para mejorar mi rendimiento. Tengo la impresión de que hemos caído en algunos patrones que limitan mi capacidad para ser eficaz y me gustaría reconducir el asunto.”
2.º Prepárate de 2 a 3 peticiones concretas de cambios que necesitas para estar más contento o sentirte satisfecho y ser más productivo. Si tus peticiones están bien argumentadas y no “cargadas emocionalmente”, será fácil debatir los asuntos y opiniones trabajando en un espacio de colaboración.
3.º Encuentra el modo de terminar la conversación con el “do de pecho”, en un clímax sincero. Si la conversación ha ido bien o hay algo que tu jefe haga bien en general, ¡díselo! Las personas tendemos a olvidarnos de que incluso los jefes necesitan que se les valore y motive.
Y tú, ¿cómo te preparas para esas conversaciones a priori tan difíciles?
Michael Thallium
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Disculpa, pero esta entrada está disponible sólo en English.
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Hace una semana me comprometí con la responsable de recursos humanos del Grupo Avimosa a escribir algo sobre la concreción. Mi compromiso surgió más de la añeja amistad que me une a ella que del puesto de responsabilidad que desempeña en el susodicho grupo. Y es que mi recursohumanóloga amiga pensaba que eso de mostrar generosidad auténtica deshaciéndose en halagos sinceros, siendo un agente del conocimiento, compartiendo aficiones y pasiones, debatiendo los asuntos de actualidad y compartiendo el sentido del humor es algo que está muy bien para mejorar las relaciones, pero que ella, en el trato con los demás, echaba en falta, precisamente, saber concretar.
Antes de meterme en las harinas de la concreción, quisiera recordar que pensando, sintiendo y haciendo creamos la realidad que nos circunda: nuestro particular mundo interpretativo. Esos tres verbos —pensar, sentir y hacer—, conforman nuestro ser. Así, si piensas, sientes y haces como la otra persona, lograrás entender su mundo, dicho de otro modo, la comprenderás mucho mejor.

Dicho queda. Ahora, ¡concretemos! En su libro Poder sin límites (Unlimited Powers), Anthony Robbins dedica un capítulo a esa hojarasca verbal que nos hace irnos por las ramas… y no concretar. Y para hacer justo lo contrario, es decir, aventar la hojarasca y concretar, menciona un modelo de concreción que se utiliza en programación neurolingüística (PNL). Es muy sencillo y de fácil memorización:

Levanta las dos manos a la vez hacia arriba y adelante, un poco hacia la izquierda de tu campo de visión. Fíjate en cada uno de los dedos y repite, una y otra vez, las palabras que les corresponden hasta que las asocies automáticamente con cada uno de los dedos.
Este modelo sirve para eludir o capear las trampas del lenguaje. Comencemos con los dedos meñiques. El derecho, está asociado a la palabra “universales”; el izquierdo, “todos, siempre, nunca”. Los juicios universales son geniales… siempre y cuando sean verdaderos. Sin embargo, en la mayoría de los casos, los juicios universales hacen que nos perdamos en la hojarasca. Por ejemplo, una mujer observa a un hombre que habla con otra mujer en un pub y, al rato éste cambia de lugar y se pone a hablar con otra mujer. Entonces, la observadora dice: “todos los hombres son iguales, unos mujeriegos”. En otro caso, un hombre ve a una mujer joven con otro hombre adinerado y bastante mayor que ella y dice: “todas las mujeres son iguales, solo piensan en el dinero”. En ambos casos, hemos pasado de una verdad limitada a una falsedad generalizada. Es posible que ese hombre en particular sea un mujeriego, pero no todos los hombres lo son. Igualmente, alguna mujer pudiera estar por dinero con un hombre, pero no todas. Así que cuando oigas alguna generalización de este tipo, utiliza el modelo de concreción. “Todos los hombres son iguales” ¿Todos? “Los empleados nunca trabajan” ¿Nunca?
Pasemos a los dedos anulares. El derecho lleva asociadas las palabras “debo, no debo, puedo, no puedo”. Cuando alguien dice “no puedo”, está enviando una señal limitante al cerebro. Y si indagas por qué esa persona “no puede” hacer algo, dará un montón de explicaciones que lo justifiquen. ¿Cómo romper ese círculo vicioso? Preguntado: ¿qué pasaría si fueras capaz de hacerlo? Esto mismo nos ocurre con nuestro diálogo interno. Cuando “no podemos” hacer algo convendría que nos preguntáramos: ¿qué me impide hacerlo ahora? Así, pondríamos de manifiesto lo que debe cambiarse concretamente.
Continuemos con los dedos medios que representan los verbos y la pregunta “concretamente, ¿cómo?”. La hojarasca verbal y mental embota el cerebro. Para que este actúe con eficacia, necesita señales claras. Si un amigo me dice “estoy deprimido”, lo que realmente está haciendo es describir un estado de ánimo que padece, pero no está siendo nada concreto. Así que le pediría que expresara concretamente cómo y cuáles son las causas. Es probable que cuando le pida ser concreto, mi amigo me diga: “estoy deprimido porque siempre me sale todo mal con las chicas que me gustan”. ¿Qué le pregunto a continuación? ¿Es cierta la sentencia universal? Probablemente, no. Así que insistiría: “¿te sale todo mal siempre?”. Muchas veces, preguntar eso hace que la otra persona identifique el problema real y trate de resolverlo.
Prosigamos con los dedos índices que representan la pregunta “¿quién o qué concretamente?” Cuandoquiera que oigas a alguien dar nombres –personas, cosas o lugares? en una frase generalizada, responde con otra frase que incluya “quién (o qué) en concreto”. La indefinición en los nombres es la hojarasca que más nos hace irnos por las ramas: “no me comprenden”, “nadie me quiere”, “no quieren ayudarme”. ¿Quiénes son “ellos” en concreto?
Supongamos que alguien te dice: “tu plan no va a funcionar”. ¿Qué respondes? Si respondes con una posición cerrada por el estilo de “pues yo digo que sí va a funcionar”, no te va a servir de mucho para resolver la situación. Con frecuencia, no es tu plan lo que no va a funcionar, sino una pequeña parte de él.
Por último, pasamos a los pulgares. El pulgar derecho dice “demasiado, demasiados, demasiado caro”; el izquierdo, “demasiado, ¿comparado con qué?” Si alguien me dice que mi tarifa por sesión de coaching es demasiado cara y respondo “¿comparado con qué?”, es posible que la otra persona replique: “comparado con otras sesiones que he probado”. Entonces, trato de averiguar a qué sesiones se refiere concretamente y le pregunto sobre una de ellas:
—¿En qué se parece esa sesión a la mía, concretamente?
—Pues… realmente no se perece.
—Eso es muy interesante, ¿qué le parecería si pensara que mi sesión verdaderamente merece el tiempo y el dinero que le dedica?
—No sé… tal vez me sentiría mejor.
—¿Qué puedo hacer ahora mismo para ayudarle a sentirse de esa manera?…
Dije al principio que cada uno tenemos nuestro mundo interpretativo. He aquí mi consejo para mi amiga recursohumanóloga con la que me comprometí: durante los próximos días, fíjate en la manera de expresarse de las personas (empezando por ti misma); juega a detectar juicios universales, verbos y nombres no concretos. ¿Qué dirías para rebatirlos? ¿Qué es lo que quiero? ¿Cuál es el objetivo? ¿Para qué estoy aquí? ¿Qué deseo para ti? ¿Qué deseo para mí?
Michael Thallium
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Nunca, jamás de los jamases, entres a una reunión frío, porque si así lo haces, así te quedarás y, peor aún, frío te marcharás.
En su lugar, entra por la puerta dispuesto a contagiar lo que Keith Ferrazzi denomina “moneda universal”, es decir, distintas maneras de ser generoso y contagiar el “buen rollo” a cualquiera con quien te topes. La generosidad es el primer paso para animar cualquier relación. “Animar” viene de “ánima”. Quien anima, da alma, da vida. !Aviva!
La moneda universal es especialmente importante en las primeras reuniones o entrevistas, en las que, a pesar de que hayas hecho los deberes, posiblemente te veas limitado en el conocimiento del trasfondo de un asunto.
He aquí cinco formas de moneda universal y sugerencias para ponerlas en práctica:
1. Deshazte en halagos y muestra admiración. Asegúrate, eso sí, de que tus halagos y admiración son auténticos. Recuerda: no auténtico = no generoso. Si te olvidas de esta premisa, te considerarán una persona falsa. Falso = no de fiar.
2. Sé un agente del conocimiento. Lee de todo, habla con todo el mundo, acude a todos los lugares – especialmente en lo que respecta a tu negocio o industria. No cuentes con otros para ello ni seas pasivo: toma las riendas y conviértete en un absoluto experto.
3. Comparte aficiones y pasiones. Efectivamente, compartir con los demás lo que es importante para ti es una forma de generosidad. No todas las personas tienen el valor ni son lo bastante consideradas como para apartarse del mero negocio.
4. Debate los acontecimientos del momento. Centrarse en lo que ocurre en el mundo entero nos da una buena dosis de perspectiva, a la par que entreteje la tela de conexiones entre tú y el nuevo contacto. ¡Conoce lo que ocurre!
5. Comparte tu sentido del humor. Siempre se habla de ese cliché de que las mujeres, cuando buscan pareja, buscan a alguien que “les haga reír”. ¡Es cierto! Pues en el mundo de los negocios no hay ninguna diferencia. Haz reír a alguien, sobre todo cuando no lo espere, y te dará cabida en las horas de mayor audiencia. Advertencia: no hagas el payaso, porque, en los negocios, los payasos no gustan. ¡Tampoco a las mujeres!
Ahora te toca a ti: ¿cuál es tu mejor consejo para superar los negocios y conectar rápidamente con alguien a quien acabas de conocer?
Michael Thallium
Hijo, sé impecable con las palabras y no te tomes nada personalmente. Así que no hagas suposiciones y haz siempre lo máximo que puedas. Si tu padre o tu madre te dieran estos cuatro consejos, ¿tú que harías? ¿Harías lo máximo sin suponer nada de antemano y sin tomarte a mal las opiniones de los demás respondiendo impecablemente con la palabra? Esos son los cuatro principios de la filosofía tolteca que Miguel Ruiz recoge en su libro Los cuatro acuerdos. ¿Acordarías contigo seguir esos cuatro principios y ser una persona íntegra? De eso se trata de ser íntegros, estar integrados, unidos con nosotros mismos. Todos llevamos un juez y una víctima dentro de nosotros. El juez nos recuerda constantemente todas esas leyes que debemos cumplir inexorablemente; la víctima obedece y padece las consecuencias de las exigencias de ese juez interior. Entonces aparecen los miedos y las autoexigencias, nuestros peores enemigos.
El poder de la palabra viene de antiguo. Hay una palabra que me fascina: dicha, aquellas palabras que se decían, según el rito pagano, cuando nacía un niño. Auguraban el destino. ¡Qué maravilloso camino el de esta palabra que asociamos con algo más grande que la felicidad! Por eso es tan importante ser impecables con lo que decimos, pues las palabras crean mundos interpretativos, emociones, realidades individuales o colectivas. ¡Empléalas apropiadamente para compartir amor! Sé consciente de las palabras que utilizas para crear mundo mejor alrededor de ti!
Sabiendo que creamos nuestro mundo con palabras, no es difícil deducir que habrá personas que creen mundos negativos, con palabras negativas, que depredan nuestra energía… Así pues, si te tomas personalmente lo que dicen ese tipo de personas, te conviertes en una presa muy fácil para ellas. Devorarás los mismos deshechos emocionales que ellas generan. Si no te lo tomas personalmente, serás inmune a la basura que menudea por el mundo y dirás lo que piensas sin miedo a que te rechacen o te ridiculicen. Podrás amar libremente.
Entonces, no hagas suposiciones, porque al hacerlas, estás perdiéndote la posibilidad de entablar una conversación con otra persona. Si supones lo que piensa, siente o hace, no tendrás nunca las cosas claras. Habrá incertidumbre. La manera más rápida de eliminar toda suposición es preguntando. Pregunta y obtendrás respuestas, no sacarás conclusiones precipitadamente.
Por eso, siempre has de hacer lo máximo que puedas para convertir en hábitos esos tres acuerdos previos y evitar que ese juez interior se adueñe de nosotros cuando caemos. No te conviertas en una víctima. Levántate y, sencillamente, empieza de nuevo.
Esos cuatro acuerdos nos sirven para lograr que el juego interior del que habla Timothy Gallwey en su libro El juego interior del tenis produzca resultados satisfactorios para nuestras vidas. Según Gallwey, tenemos dos “yoes”: el yo n.º 1, el interventor que juzga (el narrador, equivalente al juez) y el yo n.º 2 (el ejecutor, la víctima que padece las exigencias de ese implacable juez). Hemos de procurar silenciar al yo n.º 1 dejando de juzgar para aprender de forma natural. Al dejar de juzgarnos, favorecemos la toma de conciencia del yo n.º 2, el que ejecuta, y comenzamos a tener más confianza en nosotros mismos. ¿Cómo podemos, entonces, conocer mejor al yo n.º 2? Según Gallwey, el yo n.º 2 no aprendió las palabras hasta varios años después de su nacimiento. Así, la lengua materna del yo n.º 2 son las imágenes sensoriales. Los movimientos se aprenden mediante imágenes visuales y sensoriales. La forma de aprender del Juego Interior es retornando a la infancia: aprender como lo hace un niño.
¿Cuál es la manera normal de aprender? En una primera etapa, criticamos o juzgamos el comportamiento pasado. En segundo lugar, nos instamos a cambiar repitiéndonos continuamente órdenes verbales. La tercera etapa es la de esforzarse mucho, obligándonos a hacerlo bien. Y por último, el juicio crítico de los resultados lleva al yo n.º 1 a un círculo vicioso. ¿Cuál es la manera de aprender del Juego Interior?
1) Observa el comportamiento existente sin juzgarlo.
2) Visualiza el resultado deseado.
3) Deja que las cosas sucedan por sí mismas (confía en el yo n.º 2)
4) Observa los resultados con tranquilidad y sin juzgar para entrar en un proceso continuo de observación y aprendizaje.
Como seres humanos, tenemos un don único: la atención. Somos capaces de centrar nuestra atención en aquello que queremos. Centrando la atención nos volvemos más responsables y conscientes, liberamos el yo n.º 2. Así también somos conscientes de la impecabilidad de la palabra, no nos tomamos nada personalmente (ni siquiera nuestros propios juicios), no hacemos suposiciones y damos lo mejor que tenemos. Y tú, ¿qué das?
Michael Thallium
Durante un año estuve poniendo en práctica aquello que leí en los libros de Stephen R. Covey. Utilicé los recursos que aparecen en su sitio web (www.stephencovey.com) para dar un salto cualitativo en mi vida. Integré las cuatro inteligencias de las que Stephen R. Covey habla: la inteligencia del cuerpo (corporal), la inteligencia del corazón (emocional), la inteligencia de la mente (mental) y la inteligencia del espíritu (espiritual). Esas cuatro inteligencias están perfectamente reflejadas en un excepcional video que a continuación comparto con quienes deseen sentir el sentido del propósito:
http://www.youtube.com/watch?v=n0hdKbz5Bd4
No hacen falta más palabras.
Michael Thallium
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