Mensaje de Adiyatwidi Adiwoso Asmady (Wieke), embajadora de Indonesia en Madrid, para promover el intercambio cultural entre Oriente y Occidente, entre Bali y Madrid, entre Indonesia y España, entre Asia y Europa, con motivo de la exposición de pintura “Bali, la Isla de Colores” que auspicia y alberga la Embajada de Indonesia en Madrid, Calle de Agastia, 65. Obras del pintor alemán Gorns Bruchmann. Del 20 al 30 de noviembre de 2013.
Recientemente, a raíz de un experimento sobre escucha empática que estoy haciendo y que consiste, entre otras cosas, en estudiar cada una de las nueve sinfonías de Beethoven, después del mes dedicado a la primera sinfonía de Beethoven, me vino a la memoria la Sinfonía n.º 1 en re mayor de Serguéi Prokófiev, la más interpretada de su ciclo de siete sinfonías. Esa era la única sinfonía que conocía de Prokófiev. De pequeño tuve la versión en vinilo de Leonard Bernstein con la Orquesta Filarmónica de Nueva York, un disco exquisito en el que, amén de la Primera de Prokofiev, aparecía también la interpretación de la Sinfonía n.º 1 en do mayor de Georges Bizet con un memorable solo de oboe en el Adagio a cargo de Harold Gomberg.
Como decía, la Primera de Beethoven, de corte netamente clásico, me condujo a la Primera de Prokófiev, conocida popularmente como “La Clásica”. Para bien o para mal, hace muchos años que dejé de utilizar el “tocadiscos”, así que decidí adquirir una versión digital. Me decanté por la de Yuri Temirkanov con la Orquesta Filarmónica de San Petersburgo. ¿Por qué Temirkanov? Hace algún tiempo, Kavichandran Alexander, presidente de Water Lily Acoustics, muy amablemente me regaló un CD con la genial interpretación de la Quinta de Mahler a cargo de Yuri Temirkanov y la Filarmónica de San Petersburgo, así que cuando vi la versión de Temirkanov de la Primera de Prokofiev, me picó la curiosidad y la compré. ¡No me arrepiento en absoluto!
Ya se sabe que una cosa lleva a otra. Volver a escuchar la Sinfonía n.º 1 de Prokofiev me hizo recordar un estupendo documental de Peter Rosen sobre el compositor Aram Khachaturian en el que también se habla de Dmitri Shostakóvich y Serguéi Prokófiev, justo tres de los compositores soviéticos acusados de “formalistas antidemocráticos” y “antipopulares” por Stalin el 10 de febrero de 1948 (Decreto Zhdánov). El comité ejecutivo del partido comunista de Stalin condenó la “música formalista” que componían Miaskovski, Shostakóvich, Khachaturian y Prokófiev entre otros. Stalin consideraba que el “formalismo” se alejaba mucho del “realismo socialista”, que sus melodías eran demasiado “cacofónicas”. En fin, a raíz de esa condena oficial, diez días más tarde, la primera esposa de Prokofiev, la española Carolina Codina –conocida como Lina Prokófiev o también por su nombre artístico, Lina Llubera–, fue acusada de espionaje y condenada a veinte años de trabajos forzosos en un gulag. Ese mismo año, Prokófiev se divorció y se casó con Mira Mendelssohn, con quien había tenido un romance desde 1939. Carolina estuvo recluida ocho años, entre 1948 y 1956, año en que fue liberada, oficialmente reconocida inocente y le fue restituido el título de viuda de Prokófiev, quien había fallecido tres años antes, en 1953, a los 61 años de edad.
¡Guau! ¡Vaya historia! Si es que cuando uno empieza a tirar del hilo… Pero ese no era el objetivo de este artículo. Estaba hablando de sinfonías, ¿no? Para abreviar, al final terminé escuchando las siete sinfonías de Prokófiev y aquí comparto las versiones que elegí por distintos motivos, mi particular colección personal:
Sinfonía n.º 2 en re menor, opus 40. Orquesta Filarmónica de Tampere dirigida por Leonid Grin. Escrita entre 1924 y 1925, durante la época parisina del compositor, esta sinfonía es, sin duda alguna, la menos conocida de las siete y radicalmente distinta de la primera. Está inspirada en la estructura de la última sonata de Beethoven: Allegro y Tema con variaciones. ¡Puro rock ‘n’ roll!
Sinfonía n.º 3 en do menor, opus 44. Orquesta Filarmónica de Moscú dirigida por Dmitri Kitayenko. Compuesta en 1928, esta sinfonía está basada en la ópera El ángel de fuego, que Prokófiev había terminado de escribir en 1927, y que nunca llegó a ver representada.
Sinfonía n.º 4 en do mayor, opus 47/112. Orquesta de Filadelfia dirigida por Vladimir Jurowski. Basada en el ballet El hijo pródigo, esta sinfonía es tan buena que Prokofiev la escribió dos veces: una, en 1929 y otra, en 1947. De ahí que tenga dos números de opus 47 y 112. Las dos versiones son distintas desde el punto de vista estilístico. La interpretación a cargo de Jurowski es la correspondiente a la opus 112.
Sinfonía n.º 5 en si bemol mayor, opus 100. Orquesta Sinfónica de Londres dirigida por Malcolm Sargent. Escrita en el verano de 1944, es decir, quince años más tarde que las anteriores. Prokófiev compuso esta obra en un refugio que el estado soviético había dado a algunos compositores como Shostakóvich o Khachaturian para alejarlos del frente de guerra. Para Prokófiev esta sinfonía era un himno al ser humano libre y feliz, a su poder, a su espíritu noble y puro. Esta versión de Malcolm Sargent con el sello Everest me parece exquisita.
Sinfonía n.º 6 en mi bemol menor, opus 111. Orquesta Filarmónica de Bergen dirigida por Andrew Litton. Compuesta en 1947, esta sinfonía fue condenada en 1948 (Decreto Zhdánov) por el gobierno soviético de Stalin a pesar de la buena acogida y críticas que tuvo. Tiene un carácter elegíaco que pone de relieve las trágicas consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, un canto al dolor de la guerra.
Sinfonía n.º 7 en do sostenido menor, opus 131. Orquesta Sinfónica de Londres dirigida por André Previn. Prokófiev terminó de escribir esta sinfonía en 1952, un año antes de fallecer. Es una sinfonía más alegre que la anterior. Prokófiev, debido al ostracismo al que había sido condenado en 1948, se encontraba muy mal económicamente así que decidió añadir una pequeña coda de marcado carácter alegre al final de la sinfonía para conseguir ganar el Premio Stalin dotado con 100.000 rublos. Sin embargo, antes de fallecer, Prokofiev dijo que prefería el final sin esa coda y, al parecer, le encargó al violonchelista y director de orquesta Mstislav Rostropóvich que la eliminase. Esta versión de André Previn incluye dicha coda final.
Mi intención con este artículo es contribuir a la difusión de la desconocida obra sinfónica de este extraordinario sinfonista que es Serguéi Prokófiev. Os invito a empezar con la Sinfonía n.º 1 y saborear el mundo sonoro de uno de los grandes compositores del siglo XX.
“Soy un argonauta de la noosfera y me sirvo de la música
como nave para la exploración.” – Michael Thallium
Hace un par de días di, por casualidad, con la traducción española de Abbi il coraggio di conoscere, el libro que Rita Levy-Montalcini escribió a los 97 años de edad y que ahora ha publicado la editorial Planeta con el título Atrévete a saber. Al parecer, Rita estuvo haciendo correcciones hasta pocos meses antes de su fallecimiento en diciembre de 2012. Me llamó mucho la atención el título, así que decidí descargarme el libro digital para leerlo. Ya hace un par de años leí Elogio de la imperfección, un fantástico libro en el que Rita Levy-Montalcini, con la debida humildad, pone el decurso de sus investigaciones sobre el Factor de Crecimiento Nervioso, FCN, como ejemplo de la imperfección del obrar humano. Ese elogio que hizo de la imperfección me inspiró en su día, y ahora me ha vuelto a inspirar con esa exhortación que nos hace: ¡Atrévete a saber! Leyendo su libro supe de un concepto para mí nuevo hasta ahora que es el de “argonauta de la noosfera”, una metáfora que me encanta y que describe mi afán por conocer todo aquello relacionado con la mente y el cerebro, con el ser humano en definitiva.
Para mí la música tiene un papel determinante en el aprendizaje de cualquier disciplina: desde los idiomas, las matemáticas, pasando por el liderazgo, hasta la historia o la física. No me refiero a la música en el sentido que puede tener para instrumentista o músico profesional, sino a la música como integradora de muy distintas áreas de conocimiento y modos de sentir. Por eso me atrevo a decir que me considero un argonauta de la noosfera que se sirve de la música como nave para la exploración.
La sinfonía de la vida requiere de una gran preparación del maestro que la dirige, y el éxito para equilibrar todas las voces que la componen es el fruto de su maestría para combinar conocimiento y emociones. El asunto es que no todas las personas están dispuestas a ser maestras de sus respectivas sinfonías. Para ello se requiere tiempo, dedicación y, lo más importante, ser consciente de que la meta es el camino.
“Dentro de todos nosotros, tan profundo como un océano y tan individual como una huella dactilar, yace un caudal inagotable de original música.” – Dave Frank
Para quienes aún no lo conozcáis, hoy quiero presentaros a Dave Frank -pianista, autor y educador musical- quien aparte de ser un músico excelente, es una gran persona, generosa, humilde, con un estupendo sentido del humor y con quien tengo la suerte de colaborar. Os dejo con él:
Aparte de la música, ¿cuál es la pasión de tu vida? Buscar a Dios por medio del yoga y la meditación.
¿Quién ha sido el maestro que más te ha influido y por qué? En la música, Lennie Tristano, pues me enseñó cómo tocar jazz y se convirtió en el modelo que seguir en mi vida. En la vida, Paramahansa Yogananada, sus enseñanzas y prácticas han transformado mi experiencia vital. También Yogi Bhajan, maestro de yoga kundalini.
¿Cómo te relajas?
Hago cosquillas a mi esposa.
¿Cuál es tu libro favorito y por qué?
Autobiografía de un Yogi de Yogananada, porque fue capaz de dar respuesta a las preguntas verdaderamente difíciles sobre la vida.
Supongamos que esta noche cenas con una persona famosa, ¿quién sería y por qué?
El Coronel Sanders, fundador de Kentucky Fried Chicken. Por ninguna razón.
El camino en mi vida es el de la práctica. Cuando practicas lo que verdaderamente te gusta con entusiasmo, el universo se abre para ti. El mayor beneficio de la práctica, amén de mejorar en lo que sea que estés practicando, es que tu mente se calma y se ve absorbida por lo que estás haciendo. Este estado de calma mental y absorción es la puerta hacia los aspectos más elevados de la vida. ¡La práctica se convierte en un refugio personal para ti y solo para ti, en el que vivir aquello que amas y olvidarte de lo demás! Establecer un objetivo vital de altas miras para uno mismo (incluso hasta algo que parezca inalcanzable) y marcarse un rumbo mediante la práctica para hacer progresos continuos en la consecución de tu sueño, es darse a sí mismo el regalo de una vida feliz, interesante y llena de sentido.
Para mí, las cosas más importantes para lograr objetivos vitales son estas:
Encuentra un GRAN maestro, un maestro en aquello que buscas aprender y toma clases de forma regular con el profesor que hayas elegido.
Decide qué quieres lograr y, con la ayuda de tu maestro, describe una rutina de práctica clara, paso a paso, que te lleve adonde quieres ir.
Sigue tu plan durante mucho tiempo con disfrute y regularidad.
Aclarar y repetir durante el resto de tu vida. Serás una persona FELIZ.
El profesor Thomas Südhof, quien comparte con Jim Rothman y Randi Shekman el Premio Nobel de Medicina y Fisiología 2013, en su día dijo que debía su poder de análisis y concentración a haber estudiado un instrumento musical.
He aquí algunas respuestas de Thomas Sudhof:
Aparte de su familia, ¿cuál es su pasión en la vida?
“Siempre trato de comprender todo aquello con lo que me encuentro -no solo en el terreno científico, sino también en el histórico y político, en el musical y cinematográfico, tomar un primer contacto con el contenido, el significado y el proceso. Es tremendamente divertido por muy extraño que suene.”
¿Quién fue el maestro que más le ha influido y por qué?
“Mi profesor de fagot, Herbert Tauscher, quien me enseñó que la única forma de hacer algo correctamente es practicar y escuchar y practicar y escuchar, horas y horas y horas.”
¿Cómo se relaja?
“Bebo vino y hablo con las personas a quienes quiero.”
¿Cuál es su libro favorito y por qué?
“El Fausto de Goethe, porque es un microcosmos del mundo y el hermoso lenguaje de Goethe expresa todo nuestro potencial y contradicciones.”
Si cenase hoy con una persona famosa, ¿con quién cenaría?
“Con Wolfgang Amadeus Mozart, para averiguar si su creatividad era consciente o inherente.”
No, si no me cansaré de repetir que la música nos engrandece.
Pero esto no es todo. ¿Sabíais que el profesor Südhof estaba en España cuando le comunicaron que le habían concedido el premio Nobel? No os perdáis la siguiente entrevista. No tiene desperdicio.
Esta es una columna mensual sobre cómo descubrir nuestra grandeza escrita conjuntamente por Amit Nagpal de la India (quien habla de una persona de occidente) y Michael Thallium de España (quien habla de una persona de oriente). Nuestro objetivo es compartir las historias de éxito de grandes seres humanos y con ellas deseamos inspirar a nuestros lectores para que también descubran su propia grandeza.
Me desperté murmurando “E= mc2” y me di cuenta de que había estado conversando en sueños con Einstein. “¡Pero qué demonios!”, pensé medio adormilado, “¿Es que no hay gente mejor con la que soñar en la vida?”. Luego me desperté y me di cuenta (gracias a Jennifer Sertl) de que Einstein se había convertido en mi héroe en 2011.
Una vez publiqué una nota con humor: “La mujer de Einstein le preguntó un día ‘¿Cuánto me quieres?’ Él respondió, ‘Puedes calcular mi energía de amor en diferentes puntos del tiempo utilizando E= mc2.‘“ Podría ser cierto.
En lugar de presentar al genio, preferiría decir “Aquí llega Albert Einstein, quien no necesita presentación”, pero aún así, os recordaría que fue un físico teórico nacido en Alemania a quien se le atribuye el desarrollo de la teoría general de la relatividad, uno de los dos pilares de la física moderna. Se cuenta que un día su padre le enseñó una brújula de bolsillo; Einstein se preguntó que tendría que haber algo que hiciera que la aguja se moviera a pesar del “espacio vacío”. Ni que decir tiene que Einstein comenzó a construir modelos y aparatos mecánicos por diversión evidenciando su talento matemático.
A Albert Einstein se le conoce como uno de los mayores genios de todos los tiempos, pero hay una parte de su personalidad desconocida para la mayoría de personas. Einstein fue una persona muy equilibrada en todos los sentidos. Creía firmemente tanto en la materia como en la energía, en la ciencia como en la religión, en la mente intuitiva como en la racional (alma y mente en la manera de hablar oriental) y veía genios en todas las personas. Así que no es de extrañar que creyera que la ciencia sin religión se queda coja y que la religión sin ciencia se queda ciega. Einstein veía el potencial que se esconde en cada uno de nosotros y señaló que “todos somos genios, pero si juzgas a un pez por su abilidad para subir a un árbol, vivirá toda su vida creyendo que es tonto”.
A pesar de haber hecho algunas de las investigaciones más complicadas que jamás se hayan hecho, Einstein creía en el poder de la simplicidad. Así que tampoco es de extrañar que dijera “Si no puedes explicarlo de forma sencilla, es que no lo entiendes lo suficientemente bien”. Einstein también hizo hincapié en que cualquier tonto inteligente puede hacer cosas más grandes y más complejas y mostró un toque de genialidad y valentía al moverse en la dirección opuesta.
La gente tampoco conoce el lado divertido de Einstein quien pensaba que la creatividad no era más que la inteligencia divirtiéndose: “Cuando un hombre se sienta con una chica guapa durante una hora, le parece que solo ha transcurrido un minuto, pero si le pones sentado encima de un hornillo durante un minuto, le parecerá mucho más de una hora. Eso es la relatividad”. Una vez, con cierto toque de humor, Einstein afirmó que “la diferencia entre el genio y la estupidez es que el genio tiene sus límites”.
Aquí viene otra afirmación mejor: “Cualquier hombre que conduzca con seguridad mientras besa a una chica, sencillamente no estará dando el beso con la atención debida”. Y también bromeaba: “Si una mesa desordenada es señal de una mente desordenada, ¿de qué, entonces, es señal una mesa vacía?” De hecho, eso es mucho más peligroso, una mesa vacía y una mente vacía (a propósito, estoy encantadísimo de saber esto, porque mi mesa está también desordenada, lo cual significa que no tengo una mente vacía).
Einstein también tenía un lado espiritual muy fuerte. Sostenía que un hombre feliz está demasiado satisfecho con el presente como para obsesionarse demasiado con en el futuro: “Vivo en esa soledad que es dolorosa pero deliciosa en los años de la madurez”. Ni que decir tiene que Einstein se negó a que lo mantuvieran vivo con sistemas de respiración asistida y murió plácidamente a la edad de 76 años. Einstein también era consciente de la importancia de tener un propósito de vida (una gran pasión) y sugirió que si uno quiere ser feliz en la vida, uno debería unirla a un objetivo y no a las personas u objetos.
Einstein dio a entender que hay que elevar nuestro nivel de consciencia y sabiduría y comprendió que no podemos resolver los problemas con el mismo tipo de pensamiento con el que creamos esos problemas. Después de todo, hacer una y otra vez lo mismo y esperar resultados distintos no puede ser más que una locura. A pesar de ser un científico tan aclamado, Einstein aceptó humildemente el lado misterioso del Universo: “Los seres humanos, las plantas o el polvo cósmico, todos bailamos al son de una misteriosa melodía entonada en la distancia por un gaitero invisible”. Einstein hablaba con todo el mundo de la misma manera, ya fuera el hombre de la basura o el rector de una universidad.
Einstein comprendió los poderes de la mente consciente y subconsciente y señaló una triste verdad de nuestro tiempo: “La mente intuitiva es un don sagrado y la mente racional es un sirviente leal. Hemos creado una sociedad que honra al sirviente y que se ha olvidado del don”. En mi opinión, esta es la razón que hay detrás de todos los males de la sociedad humana.
A Einstein le encantaba la creatividad y la imaginación. Creía que la imaginación es más importante que el conocimiento: “La lógica te llevará de A a B. La imaginación te llevará a cualquier parte”. En ocasiones, Einstein podía ser también un poeta: “Algunas veces una pregunta me confunde mucho, ¿estoy loco o lo están los demás?” (No estabas loco, querido Einstein, nosotros lo estamos.)
Einstein también era brutalmente sincero. No es de extrañar que dijera: “Dos cosas son infinitas, el Universo y la estupidez humana… Y yo no estoy tan seguro de que el Universo lo sea”. Es probable que también previera el futuro y comentó: “Temo el día en que la tecnología supere a la interacción humana. El mundo tendrá una generación de idiotas”.
Rezo para que desarrollemos la sabiduría antes de que ese día llegue alguna vez.
Ha pasado un poco más de medio año desde nuestra última publicación. Personalmente, decidí tomar un descanso y distanciarme de las redes sociales y dedicar mi tiempo durante el pasado verano, aquí en Europa, para escucharme a mí mismo, para encontrarme, para convertirme en mi propio “instrumento” y explorar las “posibilidades de interpretación” (he de decir que sigo trabajando en ello). Aproveché la oportunidad para hacer un corto viaje a Edimburgo, en Escocia, y visitar a unos viejos amigos. Después, pasé algún tiempo con dos buenas amigas en Cantabria, en el norte de España, y en Extremadura, al suroeste.
Pero ahora, Amit y yo, volvemos a la carga con esta serie de artículos sobre “grandes personas”. Y he decidido hablar de Ravi Shankar, que falleció en diciembre de 2012. Normalmente, solemos hablar de personas que están vivas, así que tomaos esto como una excepción… aunque creo que merece la pena, porque la excepcional obra de Ravi Shankar perdura en sus dos hijas: Nora Jones y Anoushka Shankar.
Para quienes jamás hayáis oído hablar de Ravi Shankar, permitidme que os dé unos pocos antecedentes. Shankar fue un músico, compositor y virtuoso del sitar, aunque en su infancia también fue bailarín e incluso llegó a ir de gira internacional, a la edad de 13 años, junto a su hermano, el coreógrafo Uday Shankar. Dejó el baile, comenzó a tocar varios instrumentos indios y se convirtió en un virtuoso del sitar a las órdenes del maestro Allauddin Khan. ¡No necesito deciros lo difícil, exigente y estricta que es la formación en música clásica india! Así que no os extrañe que para mí Ravi Shankar sea un ejemplo de resiliencia. Su carrera internacional se extiende a lo largo de más de 60 años… ¡No está nada mal! Y esta es la razón por la que decidí hablar de él. No solo por sus muchos años de gira alrededor del mundo, sino también porque exportó la música clásica india y colaboró con distintos artistas de todas partes del mundo. Ravi Shankar contribuyó mucho a unir las culturas oriental y occidental.
Si queréis saber más de la vida de Ravi Shankar, os recomiendo el libro que escribió su hija Anoushka Shankar allá por 2002 Bapi: Love Of My Life (”Papá: el amor de mi vida”). Anoushka dedicó el libro “al mejor intérprete de sitar del mundo”. En palabras de la hija de Ravi Shankar: “Permítanme que adore descaradamente a mi padre por un momento. Creo que papá es el hombre más maravilloso del mundo. Hace la música más maravillosa que jamás haya escuchado. Su integridad y conexión con el instrumento no tienen parangón con nada que haya visto. Tiene que ser el hombre más divertido del mundo que no sea un comediante profesional. Como padre es más cariñoso y dadivoso de lo que jamás pensé se podría ser. Y dudo que alguna vez tenga la suficiente suerte de encontrar a un hombre tan romántico y apasionado como mi padre lo es con mi madre. Para ser sincera, ¡no estoy segura de que alguna vez sea realmente feliz con ningún hombre en mi vida, porque querría que estuviera a la altura de mi padre!”
Lo único que puedo deciros es que os sorprenderá indagar en la extraordinaria vida de Ravi Shankar y en el papel que el perdón desempeñó en ella. Permitid que termine con una carta que Ravi escribió a su hija Anoushka:
“Ratita mía: ¡Te echo de menos! Quiero abrazarte y achucharte y darte todo el amor que siento por ti —el amor que fui tan estúpido de no darte por varias razones (tenemos que hablar de todo eso, ¡por favor!) cuando eras muy joven. Nunca es tarde —¡y eres una jovencita tan sensata! Nuestros papeles como maestro, padre y amigo—y discípula, hija y amiga—no son fáciles. ¡Lo sé! Pero ya está bien—hemos desperdiciado demasiado tiempo y ¡tenemos que compensar el tiempo perdido! Ya verás cuánto mejorarán mi salud y estado de ánimo y qué felices seremos todos, tú, yo y mamá. ¡¡Conquistaremos el p… (¡uy!) mundo!! Te envío abrazos y besos y oraciones para todo en el mundo para ti. Te quiere, papá.”
Pues bien, ¡ahora ya lo sabéis! Nunca es tarde para enmendar los yerros y comenzar de nuevo. Así que ¡convertíos en un canto, tiraos al estanque de la vida y mirad las ondas!
A modo de “recapitulación estival”, quisiera compartir con vosotros lo que he estado haciendo en los últimos meses del verano que acaba de terminar en España hace unos días así como también esbozar parte de lo que haré en los próximos meses a modo de “proyección otoñal”.
Comencé el verano con un alejamiento de las redes sociales, principalmente Facebook y Twitter, porque quería tiempo para mí, tiempo para reflexionar y viajar. Y para ello, utilicé la música. En estos últimos tres meses he escuchado mucha música. Quienes me conozcan, sabrán de mi pasión por el coaching y la música. El coaching es un proceso por el cual se alcanzan metas. En este proceso, se emplea el lenguaje (las conversaciones entre coach y cliente), y la música es también un lenguaje mediante el cual se ejercita la escucha empática, la capacidad de análisis y, esencialmente, la exploración. En mi afán por incorporar la música de forma sistemática en el mundo del coaching y del transliderazgo, decidí aplicarme el cuento a mí mismo. Así que estas son algunas de las obras con las que he experimentado:
Guillaume de Machaut Misa de Nostre Dame, Le vray remède d’amour, Le Jugement du Roi de Navarre.
Madrigales de Josquin Desprez, Thomas Morley, Thomas Weelkes y Carlo Gesualdo.
Claudio Monteverdi
Las óperas L’Orfeo y Il ritorno d’Ulisse in patria.
Henry Purcell
La ópera Dido y Eneas
Georg Philip Telemann Tafelmusik, la Sinfonia Spirituosa, conciertos para cuerda y cuartetos para flauta, la Cantata Ino.
Johann Sebastian Bach
Los dos libros de El clave bien temperado, la Cantata del Café.
Johann Christian Bach Sinfonías op. 1, conciertos para tecla op. 7, tríos op. 2 y op. 15, las óperas Amadis de Gaule y La Clemenza di Scipione.
Ludwig van Beethoven
Integral de las 32 sonatas para piano (una media de cuatro escuchas por sonata… sí, ya sé, ¡son muchísimas horas de escucha!), las nueve sinfonías.
Carl Maria von Weber
la ópera El cazador furtivo, las sonatas para piano n.º 2 y 3.
Franz Schubert
Las 8 sinfonías.
Robert Schumann
Concierto para cello en la menor, concierto para piano en la menor, las cuatro sinfonías.
Camille Saint-Saëns
La sinfonía n.º 3 con órgano y los cinco conciertos para piano.
Gustav Mahler
La sinfonía n.º 3.
Charles Ives Los cuartetos n.º 1 y 2.
Arnold Schoenberg Noche transfigurada y Pierrot Lunaire.
Béla Bartók
Concierto para viola, concierto para piano n.º 2, la ópera El castillo de Barba Azul.
Dmitri Shostakovich
La ópera Lady Macbeth de Mtsensk.
Sergei Prokoviev
La ópera El amor de las tres naranjas.
Paul Hindemith
Las operas Mathis der Maler y Mörder, Hoffnung der Frauen.
Alfred Schnittke Sinfonía n.º 4, Requiem y el Quinteto para piano.
Alexander Shchetynsky
Las obras corales Conócete a ti mismo, Luz para alumbrar.
De las anteriores obras que he citado, en las que más me he concentrado durante el verano han sido las 32 sonatas de Beethoven y la tercera sinfonía de Gustav Mahler.
No solo de música llené mis horas. También aproveché el tiempo para viajar a Edimburgo, en Escocia, y ver a unos viejos amigos; pasé unos días por Cantabria junto a dos amigas de la infancia a quienes quiero mucho -os aseguro que escuchar la tercera de Mahler en plena naturaleza y rodeado de montañas es toda una experiencia-; del norte de España bajé al suroeste y anduve unos días por la provincia de Cáceres; visité el Monasterio de Yuste y los alrededores -me encantó un pueblecito que se llama Garganta la Olla . Más tarde también decidí pasar un par de días con mi padre -los dos solos, algo que nunca habíamos hecho-, explorando tierras zamoranas (Toro, Villafáfila, Zamora, Fermoselle) y salmantinas (Ledesma y Salamanca).
¿Cuál es esa “proyección otoñal” de la que hablaba al principio? Bien, a pesar de que he dedicado muchísimas horas a la escucha, lo cierto es que aún así considero que son pocas para el fin que persigo. ¿Y cuál es el fin que persigo? Practicar la escucha empática, la exploración, el análisis y la conexión… Así que he decidido que durante los próximos meses de otoño dedicaré tiempo a escuchar y leer -para eso me compré las partituras- un preludio y fuga al día de El clave bien temperado de Johann Sebastian Bach (en total son 48 preludios y fugas, así que espero haber terminado dentro de unos dos meses, hacia finales de noviembre); igualmente, dedicaré una semana a cada una de las sonatas de Beethoven (en total son 32, así que esta tarea me llevará unos ocho meses, casi lo que dura un embarazo, hasta la llegada de la próxima primavera).
Hay personas que necesitan de drogas para alcanzar un estado de relajación o de concentración o de meditación elevado. Os aseguro que si os sumergís en las tres últimas sonatas de Beethoven (las n.º 30, 31 y 32) alcanzaréis un estado de meditación elevadísimo y mucho más sano del que podáis alcanzar con cualquier droga.
Así que ahora que está a punto de comenzar un nuevo año fiscal, retomo mis colaboraciones por Internet y os anuncio que, en los próximos nueve meses -ahora sí que sí, todo un parto-, concluiré y presentaré mi tesis doctoral sobre coaching, comunicación y mundialización -algo que llevo años posponiendo- y, por supuesto, continuaré desarrollando mi actividad profesional. ¡Así que manos a la obra! Os dejo mi último descubrimiento musical: un compositor ucraniano llamado Alexander Shchetynsky y su sinfonía para coro mixto titulada Conócete a ti mismo:
Hoy es un día especial para los estadounidenses: 4 de julio. Hace un año y medio, cuando estuve visitando a la famlia de Rachel Flowers en California, jugueteando con la música, grabamos un vídeo con un himno nacional muy, pero que muy especial. Me apetecía compartirlo aquí hoy con vosotros.
El viernes es para muchas personas la última jornada laboral de la semana. En cualquier caso, el viernes es la introducción al fin de semana. Hoy quiero dejar una cita y una música: Baltasar Gracián que habla de no quejarse y Dimitri Shostakovich, quien no pudo quejarse y utilizó la música como vehículo para expresarse y crear. Shostakovich compuso su primera sinfonía a la edad de 19 años como trabajo de graduación para el conservatorio de Petrogrado (San Petersburgo, en la actualidad).
Máxima para hoy: dejemos de estudiar, pasemos a pensar y comencemos a crear.
“Nunca quejarse. La queja siempre trae descrédito. Más sirve de ejemplar de atrevimiento a la pasión que de consuelo a la compasión. Abre el paso a quien la oye para lo mismo, y es la noticia del agravio del primero disculpa del segundo. Dan pie algunos con sus quejas de las ofensiones pasadas a las venideras, y pretendiendo remedio o consuelo, solicitan la complacencia, y aun el desprecio. Mejor política es celebrar obligaciones de unos para que sean empeños de otros, y el repetir favores de los ausentes es solicitar los de los presentes, es vender crédito de unos a otros. Y el varón atento nunca publique ni desaires ni defectos, sí estimaciones, que sirven para tener amigos y de contener enemigos.” – Baltasar Gracián (1601-1658), Oráculo manual y arte de prudencia, 1947
Sinfonía n.1 en fa menor, Op. 10(1923-25)
I. Allegretto – Allegro non troppo
II. Allegro (Scherzo)
III. Lento
IV. Allegro molto