“No creo que las pocas mujeres que han alcanzado grandeza en el trabajo creativo sean la excepción, sino más bien que la vida ha sido dura para ellas; no se les ha dado oportunidades, no se les ha dado seguridad… A las mujeres no se las ha considerado una fuerza de trabajo en el mundo, y el trabajo que su sexo y condición les impone no se ha ajustado a darles una completa idea para el desarrollo de lo mejor de sí mismas. A las mujeres se las ha incapacitado, y sólo unas pocas, a pesar de la fuerza de las circunstancias de la dificultad inherente, han sido capaces de conseguir lo mejor de esa incapacitación.” —Cécile Chaminade, compositora
Amy Beach, 1867-1944
Un sábado de hace pocas semanas, acudí al Teatro Monumental de Madrid junto con un buen amigo pianista, Julio César Setién, para escuchar un recital de música de cámara patrocinado por Radio Clásica con sendos quintetos para piano de Enrique Granados (1867-1916) y Amy Beach (1867-1944). En honor a la verdad, yo fui por el quinteto para piano opus 67 de Amy Beach. Hacía tiempo que había leído muy por encima alguna reseña sobre esta compositora estadounidense, pero no escuché su música hasta hace bien poco, siendo el primer día en que lo hice aquella jornada de marras en el Teatro Monumental. La obra de Amy Beach me sorprendió muy gratamente, lo cual me llevó a indagar unos días más tarde y descubrir junto a Amy Beach a otras tres compositoras dignas de mención: la francesa Cécile Chaminade (1857-1944) y las británicas Rebecca Clarke (1986-1979) y Dorothy Howell (1898-1982).
Rebecca Clarke (1886-1979)
El motivo por el cual relacioné a estas cuatro compositoras son dos grabaciones que recomiendo: una del año 1995 para el sello ASV con obras de Amy Beach (el quinteto opus 67) y Rebecca Clarke (Trio para piano y Sonata para viola) y otra del sello Hyperion de 2017 con conciertos para piano de Cécile Chaminade, Amy Beach y Dorothy Howell. De esta última grabación me llamó muchísimo la atención la obra “Konzertstück” de Chaminade: ¡potente! Pero tampoco podría decir menos de los conciertos para piano de Beach y Howell.
Dorothy Howell (1898-1982)
Me resulta inevitable pensar que quizás la historia de la música o, mejor dicho, quienes interpretamos música o la escuchamos, estamos en deuda con muchas mujeres que han pasado de puntillas por un mundo musical dominado históricamente por varones. Sus obras han quedado injustamente relegadas a un segundo plano y en la mayoría de los casos como meras anécdotas. Me resulta imposible resumir en unas pocas líneas las vidas de estas mujeres, al igual que me resultaría imposible resumir la de otros tantos compositores varones. Tampoco quiero caer en el patrón de la discriminación positiva hacia la mujer tan de moda a comienzos del siglo XXI. Si hablo de ellas aquí es porque verdaderamente considero que merece la pena escuchar su música, pues no tiene nada que envidiar a la música de otros de sus contemporáneos masculinos. Es de muy buena calidad y nos corresponde a nosotros, quienes escuchamos o interpretamos música, honrar a esas mujeres que un día decidieron invertir tiempo y mucho esfuerzo en componer música. La mejor forma de honrarlas es interpretando y escuchando su música, cosa que, hoy por hoy, no es tan fácil, pues existen pocas grabaciones y los concertistas no se prodigan con sus obras. ¡Demandemos pues su música! ¡Honrémoslas!
Una de las palabras que para mí —y hago hincapié en eso de “para mí”— ha perdido su significado tradicional es “milagro”, a saber: hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino. Si uno no cree en el origen divino de las cosas, difícilmente podrá creer en los milagros y menos aún en obrarlos. No obstante, hablaré de “milagro” como aquel hecho de muy difícil explicación que se escapa a la lógica y razón humanas tal y como las entendemos hoy.
Hace unos mil años, la media de edad estaba entre 30 y 40 años. Convengamos que 40 años era la edad en la que la mayoría de personas moría ya anciana. Por eso me llama mucho la atención que Germán “El Contrahecho” (1013-1054) llegara a vivir 41 años. En ese sentido sí que podríamos considerarlo el milagro del siglo XI. ¿Cómo es posible que una persona de aquel entonces, con espina bífida, labio leporino, paladar hendido y parálisis cerebral pudiera vivir tantos años? Sin duda: por el cuidado y el amor de las personas que lo rodearon. Por eso es tan importante crearse una “estructura de apoyo” cuando uno se embarca en un proceso de desarrollo personal o profesional, porque las cosas resultan más fáciles con esos apoyos.
Hermannus der Lahme, su nombre en alemán, también conocido en latín como Hermannus Contractus y en castellano como Germán “El Contrahecho”, nació en una familia noble de una pequeña ciudad del suroeste de Alemania llamada Altshausen. Sus padres, al ver los problemas de salud con los que su hijo había llegado al mundo, decidieron a los pocos años llevarlo a una abadía benedictina en Reichenau, una diminuta isla en el lago Constanza. Y allí vivió y murió, pero no como una persona cualquiera, pues llegó incluso a ser abad y escribió sobre filosofía, ciencia y también compuso mucha música. Llama la atención que alguien que, debido a sus carencias físicas, apenas podía moverse, escribir ni hablar, sin embargo, escribió e investigó, aprendió cuatro idiomas (alemán, latín, griego y árabe), compuso música e incluso cantó durante muchos años. ¿Un milagro?
El conjunto Ordo Virtutum grabó en 2013 parte de la obra de Hermannus Contractus para el sello Raumklang y el CD se titulaba precisamente “El milagro del siglo” (The Miracle of the Century). Y es precisamente esta grabación la que recomiendo aquí. Al trío de compositores de la Edad Media Otfrid von Weissenburg, Kassia y Notker Balbulus, añado ahora un cuarto, Hermannus, que nació un siglo más tarde que sus antecesores. Sin duda, un ejemplo de que querer es poder, y de que con amor se llega muy lejos.
Uno de los obstáculos para conocer la vida del pasado es que los seres humanos tendemos a dar por sentado que las cosas siempre han sido así y que, por suerte o por desgracia, tenemos una memoria bastante cortoplacista. A muchos de nosotros nos resulta incluso difícil acordarnos de aquellos años de nuestras vidas en los que no existía el teléfono móvil. Y a quienes hayan nacido ya con móviles, les resultará muy difícil imaginarse una vida sin ellos, sin poder buscar inmediatamente por Internet algo que no sabemos o queremos saber. ¡Cuán difícil aún no será imaginarse la vida de las personas de hace unos 1.200 años! Y si ya nos metemos en la vida musical de aquel entonces, ¡ni te cuento!
Hace poco me dio por indagar sobre los documentos musicales no anónimos más antiguos que se conocen. Di con tres compositores que durante algún tiempo de sus vidas coincidieron temporalmente en este planeta Tierra: Otfrid von Weissenburg (ca. 800- ca. 870), Kassia (ca. 810-ca. 865) y Notker Balbulus (ca. 840-912). Dos hombres y una mujer. Una mujer, Kassia, de la Europa del Este, del Imperio Bizantino; y dos hombres, Otfrid y Notker, de la Europa central. Esa convivencia temporal en este planeta no conlleva en modo alguno que se conocieran en persona. La comunicación en aquella época era muchísimo más lenta que en la actualidad, y las distancias, aún siendo las mismas que hoy, en muchos casos eran insalvables. Sin embargo, sí que cabe la posibilidad de que Notker Balbulus, cuando menos, oyera hablar de Otfrid von Weissenburg, pues este había escrito una dedicatoria al final de una de sus obras, Liber Evangeliorum, a dos monjes amigos suyos, Hartmuat y Werinbert, de la abadía de San Galo, abadía de la que Notker era monje.
Aventurarse a conocer cómo fueron las vidas de estas tres personas es hacer meras conjeturas, pues hay muy poca información al respecto. Las fechas de nacimiento y fallecimiento — excepto la de fallecimiento de Notker Balbulus — son aproximadas. Si tomamos como válidas —extremo que no puedo confirmar — las fechas de fallecimiento de Otfrid (870) y Kassia (865), entonces hay un periodo de al menos 15 años en el que los tres fueron contemporáneos.
Otfrid von Weissenburg es el primer poeta conocido que escribió en alemán, mejor dicho, en la lengua de los francos — “frank” en alemán significa “libre”; los francos eran libres del Imperio Romano —, un dialecto del sur del Rin. Y por ello muchos lo consideran el “padre de la literatura alemana”. Desempeñó buena parte de su carrera como teólogo, monje y científico en la Abadía de Weissenburg, en Alsacia — actualmente Wissembourg, en Francia — y de ahí viene su nombre. Fue discípulo de Rabano Mauro (ca. 780-856) con quien estudió en la abadía de Fulda, en Hesse. El Ensemble Officium dirigido por Wilfried Rombach hizo una grabación del Liber Evangeliorum de Otfrid para el sello Christophorus que recomiendo a toda persona que quiera conocer parte de la historia y música del periodo carolingio.
Kassia nace en Bizancio — actualmente, Estambul, en Turquía —, es decir, a unos 2.000 km del área geográfica en que se movió Otfrid von Weissenburg, lo cual hace muy improbable que supieran la una del otro o viceversa. Kassia pertenecía a la Iglesia Ortodoxa Bizantina y fundó un convento del que fue primera abadesa. Durante su vida compuso himnos con melodías y armonías bien distintas a las de su contemporáneo católico Otfrid. El conjunto VocaMe grabó parte de esos himnos de Kassia para el sello Christophorus en 2009. Esta es otra de mis recomendaciones, no ya solo por su calidad, sino porque Kassia, amén de defensora de la mujer — quizás de las primeras feministas — es la primera compositora de la que se tiene constancia hasta la fecha, casi tres siglos antes que la más conocida Hildegard von Bingen (1098-1179).
Notker “El Tartamudo” — pues eso es lo que significa “Balbulus” en latín— vivió a poco más de 200 km de distancia de Otfrid, en la Abadía de San Galo — en la actual Suiza —, lo cual hace probable que sí que llegaran a saber el uno del otro, porque, además, ambos pertenecieron a la Orden Benedictina. Notker fue quien introdujo en Alemania las “secuencias”, una innovadora forma de separar las sílabas latinas haciendo melodías melismáticas. El Conjunto Ordo Virtutum dirigido por Stefan Johannes Morent grabó parte de la música de Notker para el sello Christophorus en 2010. Sobra decir que esta es otra de mis recomendaciones.
El “padre de la literatura alemana”, la “feminista” y el “tartamudo”… Las etiquetas son limitantes y en muchas ocasiones se quedan cortas. Otfrid, Kassia y Notker, tres personas de cuyas vidas sabemos muy poco, pero cuyas obras han pervivido durante más de un milenio entre nosotros. Pensar en ellas me hace preguntarme: ¿cuántas personas contemporáneas nuestras habrá que, a pesar de la inmediatez de la comunicación actual, pasen inadvertidas y ni las conozcamos? Ignoro si alguien escribirá sobre ellas dentro de un milenio, lo que sí sé es que yo no estaré aquí para contarlo. Me basta con conocer y amar todo aquello que mi cerebro buenamente me permita. Y lo más importante: ¡sentirme agradecido por ello!
Escribo estas palabras apenas pasados unos minutos de una sesión sónico-meditativa de un poco más de seis horas. Ese es el tiempo que he invertido en escuchar de una tacada el Cuarteto para cuerda n.º 2 de Morton Feldman (1926-1987). No es fácil resumir esa experiencia de seis horas en unas pocas palabras. En honor a la verdad, he de decir que me lo planteé como un pequeño reto. ¿Sería capaz de aguantar 6 horas y 8 minutos escuchando con atención plena esas lentas sonoridades tan peculiares? Decir que he pasado esas seis horas con atención plena es mucho decir, porque durante ese tiempo la mente tiene tiempo de sobra para divagar y perderse en marañas de sensaciones y pensamientos. Y tampoco puedo afirmar que esta sesión me sirva para ser mejor persona, aunque esa fuera mi intención al comenzarla. La meditación no te hace mejor persona: solo te permite pasar tiempo contigo mismo y convertirte en observador de tus pensamientos, emociones y sensaciones. No obstante, sí que tengo la certeza que esas horas de escucha en estado de atención plena dejarán su poso en el cerebro. ¿Cuál será su efecto? Lo ignoro. Quizás algún día a alguien le dé por estudiar mi cerebro, nunca se sabe. En cualquier caso, sí que estoy convencido de que afrontar retos -y para mí esto lo era- nos hace ejercitar nuestra capacidad de resiliencia. Y para resiliencia la de los intérpretes de esta obra: el Cuarteto Flux. Yo he pasado seis horas escuchándolos, pero ellos pasaron otras tantas tocando instrumentos con todas las dificultades que una interpretación tan larga conlleva.
Quizás ocurra -aunque eso no me gustaría- que realmente mi empeño por mejorar mi capacidad de escucha haciendo estas cosas inusuales sea en vano. Como vana pudo también ser la lectura, hace años, de El hombre sin atributos de Robert Musil (1880-1942). En cualquier caso, considero que tanto escuchar el Cuarteto para cuerda n.º 2 de Feldman como la lectura de la novela de Musil -por cierto, novela que se cita con cierta frecuencia en círculos “culturetas” e “intelectualoides”, pero que poquísimas personas han leído realmente- son dos hazañas de las que me siento satisfecho. En la vida, se trata de eso precisamente: estar satisfecho de lo que uno hace y ser consciente de ello.
A las personas que no estén acostumbradas a escuchar música de concierto occidental, los cuartetos para cuerda del compositor estadounidense Morton Feldman (1926-1987) les resultarán raros y, seguramente, muy difíciles de entender. Feldman compuso dos cuartetos para cuerda. El primero de ellos dura una hora y media aproximadamente; el segundo, un pelín más de seis horas, lo cual es toda una prueba de resistencia física y mental tanto para los intérpretes como para el oyente.
Para mis escuchas elegí la versión del Cuarteto para cuerda n.º 1 que el cuarteto Flux grabó para el sello musical Mode. Pregunta lógica que alguien puede estar haciéndose: “¿De verdad que te has chupado una hora y media escuchando este cuarteto?” Sí, y lo habré escuchado unas diez veces, dos de las cuales, las dos últimas en concreto, han sido meditando, es decir, que utilicé la música de Morton Feldman para mi desarrollo personal. “¿Y de veras que te has chupado las seis horas del segundo cuarteto?” No… ¡todavía! Mi intención es hacerlo próximamente a modo de experimento. Y cuando digo “experimento” me refiero a que la primera escucha que haga de ese cuarteto va a ser una escucha profunda y meditada. A quienes no estén familiarizados con la escucha profunda, les animo a leer acerca de Pauline Oliveros (1932-2016). La razón de escucharlo de esta manera es porque considero que la escucha profunda de música sirve para potenciar la escucha empática a las personas, y la escucha empática es la herramienta de trabajo más importante para quienes nos dedicamos a la mediación emocional (coaching), al desarrollo personal y de equipos. En realidad, es importante para cualquier persona que quiera manejarse en el ámbito de las relaciones personales, lo cual en mi caso también incluye la comunicación y los idiomas.
A fecha de hoy en que escribo este artículo, llevo 97 días consecutivos de meditación (para el seguimiento de mi actividad meditativa utilizo la aplicación gratuita Insight Timer), una aventura en la que me embarqué a raíz de un curso titulado Una vida de felicidad y plenitud impartido por Raj Raghunathan, autor del libro If you are so smart, why aren’t you happy (“Si eres tan inteligente, ¿por qué no eres feliz?”). Mi intención es practicar la meditación y la escucha para estar más presente en mi día a día.
Si alguien quiere participar de esta experiencia auditivo-meditativa con el Cuarteto para cuerda n.º 2 de Morton Feldman, siempre daré la bienvenida a quien quiera compartir esas seis horas conmigo. Por su calidad sonora y de ejecución, recomiendo la interpretación del cuarteto Flux.
Canciones del viento: dos haikus para soprano, violín y piano
Compositor: Alonso Monreal
Soprano ligera: Alicia Núñez de Arenas,
Pianista: María Rañas
Violín: Francisco Javier Fernández Aguilera
I. Tierra:
En tierra seca
En alas de la muerte
Vive la lira.
Surco profundo
Siembra el último grano
Dulce esperanza.
Allá me esperan
Es consuelo de penas
Llora mujer.
Musa dormida
Pluma ligera espera
Verso otoñal.
Beso de olas
El vuelo de gaviotas
Perfume de sal.
(Anónimo)
II. Aire y agua: De la bandada de los mil pájaros,
uno va perdiendo fuerzas y el viento lo recoge.
Diciendo «cuco» «cuco»
durante toda la noche
¡al fin la aurora!
El cazador de libélulas,
¿hasta qué región se me habrá ido hoy?
El agua se cristaliza
las luciérnagas se apagan
nada existe.
(Chiyo-Ni)
No hay secreto o, mejor dicho, es un secreto a voces: para lograr algo de valor genuino en la vida hay que trabajar con dedicación y estar ahí, erre que erre, con empeño. Hace unos días tuve la oportunidad de pasar una jornada con el compositor manchego, natural de Pedro Muñoz (Ciudad Real), Alonso Monreal, quien fue galardonado con el primer premio de composición “Carmelo Bernaola 2016” por su obra “Canciones del viento”. Decidí editar unos vídeos que reflejasen cómo yo veo a Alonso. He de decir que lo conocí hace algunos años, cuando tocaba la trompeta en una orquesta, y ya apuntaba maneras…
No voy a valorar a Alonso como músico. Eso es algo que no me corresponde a mí, aunque obviamente tengo mi opinión. El tiempo pone a cada persona en su lugar, y yo le auguro un muy buen lugar. Sin embargo, sí que voy a dar mi opinión -breve, muy breve- sobre Alonso como persona, la persona que conozco: generoso, curioso, humilde, muy trabajador y buena gente. Quien quiera conocerlo más, que eche un vistazo a estos vídeos o, mejor aún, que lo conozca a él en persona algún día y escuche su música, porque él seguirá, erre que erre, mejorando como músico y persona.
VÍDEO DOCUMENTAL “Alonso Monreal: compositor del viento. Haikus de tierra, aire y agua”
¿Has oído hablar del pájaro Uyuyu? El macho de esta especie tiene unos huevos tan grandes que cuando emprende la maniobra de aterrizaje en una rama empieza a gritar con los ojos abiertos como platos: ¡Uy, uy, uy! Sí, ya sé que es un chiste muy malo, pero es que “uy, uy, uy” este es el último artículo de la serie “De la felicidad y la dicha” y, en mi opinión, el más interesante, pues trata de encontrar el antídoto contra el pecado capital n.º 7: IGNORAR EL SER INTERIOR o LA VOZ INTERIOR. ¿Cuál es el antídoto? La meditación, la “consciencia plena”, la “atención plena”, lo que ahora se ha puesto tan de moda en inglés: mindfulness. En realidad, todo se reduce a estar presentes, a experimentar el momento presente, a vivirlo, a tocar íntimamente la realidad que nos rodea.
Antes de proseguir, aquí dejo los enlaces a los 5 previos de esta serie por si no los has leído ni conoces los ejercicios que en ellos propuse:
Los beneficios de la atención plena o la meditación son muchos. Aquí enumero solo unos pocos:
disminuye el estrés,
aumenta la flexibilidad de respuesta,
aumenta la percepción de abundancia de tiempo, y
mejora los niveles de felicidad al cambiar la estructura del cerebro,
mejora la salud del corazón,
hay estudios que demuestran una mejoría en la piel de personas con psoriasis,
aumenta la amabilidad y la compasión,
aumenta la creatividad.
Según uno de los investigadores en el campo de la meditación, Alan Wallace (véanse enlaces al final de este artículo), no podemos buscar nuestra felicidad como si fuéramos islas aisladas. ¿Por qué nos resulta a veces tan difícil practicar la atención plena? He aquí algunas razones:
Porque pensamos que la atención plena no es científica y resulta “esotérica” (para quienes así piensen, recomiendo un curso en inglés The Science of Mindfulness La ciencia de la atención plena del profesor Ronald D. Siegel).
Porque “eso de la meditación es de budistas o hindús, de personas religiosas”. Bueno, ciertamente los budistas, y en general la cultura oriental, emplean mucho la meditación, pero ello no quiere decir que sea algo exclusivo de esa cultura. Yo he de reconocer que este es uno de los puntos que más “me raya”, porque yo no me considero religioso. A este respecto hay un libro muy interesante titulado Despertar de Sam Harris, un neurocientífico y filósofo ateo, que indaga en los fundamentos científicos de la espiritualidad y demuestra que la atención que prestamos al momento presente, es decir, la práctica de la presencia, determina en gran medida la calidad de nuestra vida.
Porque la práctica de la atención plena te hace “blandengue” y “débil”. (En realidad, te hace más amable y compasivo; muchas personas asocian la amabilidad y la compasión con debilidad… ¡NADA MÁS LEJOS DE LA REALIDAD!). Quien así piense, que le pregunte a los responsables del ejército de los EE.UU. por qué entrenan a los soldados con meditación de atención plena… No creo que sea para hacerles “blandengues”, sino más bien para tomar mejores decisiones en situaciones extremas.
Así que… ¡A PRACTICAR!
El objetivo de la atención plena no es “no pensar en nada”, sino cambiar la forma en que nos relacionamos con los pensamientos. Richard Davidson es uno de los investigadores en el campo de la neurociencia que ha abordado el tema de la plasticidad cerebral y los efectos de la meditación en la estructura cerebral (véanse enlaces al final de este artículo).
Una buena metáfora para entender la atención plena es la de “montar en bicicleta”. Cuando uno monta en bicicleta, está continuamente haciendo una serie de micromovimientos imperceptibles de derecha a izquierda para recuperar la verticalidad y mantener la bicicleta en equilibrio. Si la bici se va a la izquierda, hacemos un micromovimiento a la derecha y viceversa. De esta forma, creamos un efecto de equilibrio vertical continuo. Pues bien, con la atención plena ocurre lo mismo. Cuando se medita, no se trata de no pensar en nada, sino de corregir la atención con un “micromovimiento” cada vez que aparece un pensamiento. Se trata de ser plenamente conscientes del cuerpo y del exterior. Una vez más, aquí lo importante es la REGULARIDAD. Simplemente con 5 minutos todos los días de meditación, los efectos son palpables a las pocas semanas. Idealmente, 12 minutos al día de meditación cambian la estructura cerebral en pocas semanas. Repito, lo importante es la REGULARIDAD.
El ejercicio para esta semana es:
LA PRÁCTICA DE LA PRESENCIA, ESTAR PRESENTES.
No se trata de defender nada, ni de promocionar nada ni de temer nada. Se trata de estar presentes. Como esto sí que es algo muy personal, en esta ocasión, no voy a dar ninguna pauta. Te invito a que busques distintos métodos y compartas tus experiencias al respecto de esto de sentirte plenamente presente. A mí me queda muchísimo camino por recorrer. Por mis características personales, soy de los que intenta ver las cosas desde un punto de vista neurocientífico y tiendo a rehuir de todo aquello que aparente ser una “patraña”. No obstante, aquí dejo un audio de un ejemplo de meditación de presencia que grabé hace unas semanas por si a alguien le puede servir de algo. Está basada en una meditación de Vijay Bhat:
Soy consciente de que con esta serie de artículos De la felicidad y la dicha no he hecho más que rascar en la superficie. Hay muchas más cosas en las que podría haber profundizado. Mi intención era tan solo servir de acicate para que quien me leyera se diera cuenta de que es posible ser feliz y de que uno puede ahondar, según sus circunstancias personales, en las técnicas para lograrlo. Me despido de esta serie con una frase que ya esbocé en el artículo dedicado a la confianza y que me gusta tener siempre presente:
En todo tipo de relaciones, pero especialmente en las amorosas, uno debería proceder con el entusiasmo de un arqueólogo que excava en las emociones del otro y las descubre con mimo y admiración, consciente de la delicadeza y relevancia de su hallazgo.
El tiempo no corre, vuela… ¡y vuela alto! Una semana más desde que escribí el último artículo de la serie “De la felicidad y la dicha”. Confieso que el ejercicio que más me está costando es el de seguir “Plan saludable” que presenté en mi anterior artículo. Por si no has podido leer o quieres repasarlos, aquí te dejo los enlaces a los anteriores ejercicios de esta serie:
En esta ocasión, hay una pequeña novedad: dos pecados capitales contra la felicidad en lugar de uno y… ¡dos ejercicios! (¡NOOOOOOOOO! ¡Más ejercicios noooooo!)
El pecado capital n.º 5 contra la felicidad es: DESCONFIAR DE LOS DEMÁS
Básicamente, hay dos tipos de comportamientos respecto de la confianza: la desconfianza instintiva y la confianza proactiva. Ciertamente, en nuestro ADN, en nuestra base neuronal, hay un “mecanismo” que nos hace desconfiados por naturaleza, pero cuando esa “desconfianza” es “enfermiza”, nos impide ser felices. Al final del artículo pongo un enlace a un interesante video sobre cómo confiar en los demás hace que se segregue más oxitocina en el cerebro. La oxitocina nos hace más generosos.
¿Cómo superar, entonces, esa tendencia a desconfiar de los demás? ¿Cómo mostrar confianza proactiva? Hay una serie de estrategias que podemos emplear para aumentar la confianza. Por lo general, se puede confiar en las personas más de lo que creemos. Desafortunadamente, las noticias y los medios de comunicación contribuyen a que nuestro nivel de “confiabilidad” baje enormemente. Así pues, una forma de aumentar nuestra confianza en los demás es tener presente ese hecho: LAS PERSONAS SOMOS MÁS CONFIABLES DE LO QUE PENSAMOS. Confiar en los demás nos sirve para crear un círculo de personas confiables de las que rodearnos.
Otra forma de aumentar la confianza es minimizar el daño psicológico de sentirse herido. No es fácil. Requiere práctica y autoconsciencia.
En las relaciones uno debería proceder con el entusiasmo de un arqueólogo que excava en las emociones del otro y las descubre con mimo y admiración, consciente de la delicadeza y relevancia de su hallazgo.
Para aumentar la confianza, tenemos que perdonar. El perdón nos hace más felices. Por tanto, si no sabemos perdonar, aprender a perdonar nos hará más felices. Pero, claro, la pregunta ahora es: ¿cómo vas a perdonar a alguien que ha traicionado tu confianza? He aquí tres cosas que recordar cuando uno piense que no puede perdonar:
Empatizar con la persona que se vio arrastrada a engañar.
Recordarte a ti mismo que no eres superior a las personas que te han engañado.
Permitirme adoptar una actitud de perdón hacia esas personas que me engañan.
EJERCICIO 1: “Escribir, pero no enviar, una carta de perdón”
Este ejercicio conlleva escribir una carta de perdón a alguien que te haya tratado mal (pero a diferencia de la carta de gratitud del segundo artículo de esta serie, NO TIENES QUE ENVIÁRSELA AL DESTINATARIO). Consta de tres pasos:
Paso 1: recordar el incidente.
Paso 2: escribir la carta de perdón.
Paso 3: lograr el “cierre psicológico” de ese incidente.
Advierto de que este ejercicio es uno de los más difíciles porque a la mayoría de nosotros nos resulta muy difícil librarnos del enfado que nos ha provocado alguien que nos ha tratado injustamente. Pero aún así, mantener el enfado y el resentimiento nos hace más daño a nosotros mismos que a los demás.
El pecado capital n.º 6 contra la felicidad:
DESCONFIAR DE LA VIDA
Aunque la vida sea extremadamente impredecible, hay que confiar en ella. Para ser felices, tenemos que desapegarnos de los resultados. ¿Cómo ser felices, entonces, sin confiar en los resultados? La meta es el camino (el proceso es la fuente de felicidad, no el resultado). Una buena estrategia es desvincular la felicidad de los resultados.
Según algunos estudios, las personas prefieren estar ocupadas a estar ociosas siempre que tengan una razón para estar ocupadas. Es decir, que cuando tenemos un propósito, estar ocupados nos hace más felices que estar ociosos (suena un poco extraño, pero hay estudios que lo demuestran). Y parece ser que, cuando tenemos un propósito estamos más predispuestos a disfrutar del camino, no del resultado. Está muy bien tener una preferencia por un determinado resultado antes de que este llegue (si llega), pero una vez que el resultado ha ocurrido, no hay que juzgarlo como “bueno” o “malo”. Esa actitud nos sirve para desvincularnos del resultado y disfrutar más del proceso.
Hay tres tipos de enfoques hacia el resultado:
Persecución obsesiva de una pasión.
Persecución indiferente de una pasión.
La persecución “desapasionada de una pasión”.
Este último enfoque (el n.º 3) es el más eficaz, porque conlleva preferir algún resultado antes de que suceda, pero poder cambiar esa preferencia una vez que ha sucedido.
Estrategias:
Reflexionar sobre los resultados negativos del pasado (con el tiempo suelen percibirse como menos negativos de lo que fueron en su día).
Buscar acontecimientos negativos que al final hayan resultado positivos a la larga.
Antídoto: SÍ QUE SE PUEDE CONFIAR EN LA VIDA.
Las creencias subjetivas pueden dar forma a la realidad objetiva. ¿Siempre? No siempre, pero más veces de las que pensamos. De lo que se trata es de tener (o desarrollar) la habilidad de ver más allá de la realidad superficial.
EJERCICIO N.º 2:
“Las tres cosas malas con un giro inesperado”, es decir, tres cosas que empezaron como algo malo pero que en algún momento dieron un giro inesperado y, al final, fueron positivas. (No se trata de buscar cosas extremadamente negativas, sino de cosas que en principio no tenían buena pinta, pero que a la postre fueron positivas). Hay que pensar en las consecuencias positivas.
Busca tres cosas ligeramente negativas y, luego, “ata cabos” y saca tres consecuencias positivas de cada una de ellas. Esto hay que hacerlo todos los días durante 7 días, y al octavo día, responde a las siguiente preguntas:
¿Fue fácil o difícil? ¿Por qué?
¿Cómo te sientes ahora que sientes que ningún acontecimiento es “puramente” positivo o negativo? ¿Sientes más confianza o menos?
¿Te resulta más fácil ahora ver las consecuencias positivas de algo negativo? Elabora tu respuesta.